Mi concepto del genio

Los grandes hombres son como las grandes épocas, materias explosivas, enormes acumulaciones de fuerza. Histórica y fisiológicamente su condición primera es siempre la larga espera de su venida, una preparación, una reconcentración en sí mismo, es decir, que no se haya producido explosión alguna durante un largo periodo. Cuando la tensión ha llegado a ser muy grande en la masa, la más fortuita irritación basta para llamar a la escena del mundo al genio, para llamarle a la acción y a los grandes destinos. ¡Que importan entonces el medio, la época, el espíritu del siglo, la opinión pública! Fijémonos en el caso de Napoleón. La Francia de la Revolución, y más todavía la Francia que preparó la Revolución, debía engendrar por su índole propia, el tipo más opuesto de Napoleón, y al fin le engendró. Y como Napoleón era diferente, era el heredero de una civilización más fuerte, más constante, más antigua que la que Francia se iba evaporando y disgregando, fue el amo, el único que podía ser el amo. Los grandes hombres son necesarios; el tiempo en que aparecen es fortuito. Si casi siempre consiguen hacerse los amos, consiste en que son más fuertes, más antiguos, en que representan una acumulación más larga de elementos. Entre un genio y su tiempo existe la relación que hay entre lo fuerte y lo débil, entre lo viejo y lo joven. El tiempo es siempre relativamente más joven, más ligero, menos emancipado, más flotante, más infantil. El que hoy se piense de una manera enteramente diferente en Francia (y en Alemania también, pero esto carece de importancia), el que la teoría del medio, verdadera teoría de neurasténicos, haya llegado a considerarse sacrosanta y encuentre apoyo entre los fisiólogos, es cosa que me huele mal y me inspira tristes pensamientos.
En Inglaterra se discurre de la misma manera, pero esto no preocupará a nadie. El inglés tiene abiertos dos caminos para acomodarse al genio: la senda democrática al estilo de Buckle y la senda religiosa en la manera de Carlyle.
El peligro que hay en los grandes hombres y en las grandes épocas es inmenso; el agotamiento bajo todas sus formas, la esterilidad les sigue paso a paso. El gran hombre es un final; la gran época, el Renacimiento, por ejemplo, es un final. El genio en acción es necesariamente pródigo, su grandeza exige que derroche. El instinto de conservación queda, hasta cierto punto, en suspenso, la presión suprema de las fuerzas radiantes veda toda clase de precaución y de prudencia. Se llama a esto sacrificio, se alaba el heroísmo del gran hombre, su indiferencia por su propio bien, su abnegación por una idea, por una causa grande, por una patria, errores todos. Lo que hay es que el gran hombre se desborda, se difunde, se derrocha, prescinde de sí fatalmente, irremediablemente, involuntariamente, lo mismo que es involuntaria la crecida de un río que al salirse de madre inunda las tierras ribereñas. Más como debemos mucho a estos explosivos, se les ha adornado con una porción de arandeles, entre ellos una moral superior. Tal es el agradecimiento de la humanidad; entiende al revés a sus bienhechores.

tEXTO: 'El crepúsculo de los ídolos' / Friedrich Nietzsche

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