eNTRENAMIENTOS PARA LA PÉRDIDA\\
Supe la tragedia de aquel muchacho que había clavado un puñal en su pecho, muerto quedó, tendido en el suelo delante de los suyos, que lo miraban con ojos desorbitados, incrédulos de tal espectáculo, sin poder hacer nada, intentando reavivar su llama con los gritos desesperados. Como le sorprendió a aquella novia que su chico nunca llegase a su destino, que su coche derrapara y se desviara hacia los arcenes; y que gritaba entre sollozos en el entierro: “¡Yo, quiera o no quiera, nunca lo podré ver más!”
Tal vez, la vida en si misma, no es más que el arder de un pepelillo de fumar.
Estamos preparados para la vida, sin embargo, a menudo nos sorprende la muerte en cualquier momento, sin previo aviso.
A la vez que la pesadumbre, las alegrías fluyen como las aguas por las fuentes y las acequias perdiéndose en el murmullo de los torrentes.
Los árboles estaban de un verdor sin igual, las aguas en su impetuosa caída habían hecho rodar algunos peñascos sobre la carretera, cambiado la fisonomía de algunos caminos y haciéndolos impracticables; las flores espigadas se erguían orgullosas desde sus macetas asomando sus pétalos desde un precioso balcón. Mis favoritas son las de color lila y las rojas al contraste con las parcheadas paredes blancas.
Las sombras en los rincones, la ausencia de ruido y el único piar de los pájaros aún me producen profunda emoción. El hombre urbanita que soy, atrofiado en su humanidad, aún se emociona con el tañido escandaloso de las campanas anunciando una nueva hora. Pero esto no me dignifica en absoluto, es cierto, concibo en mí la belleza, la hago palpable a través de las palabras en el acto de escribir, pero solo es una apariencia, un murmullo sombrío, un rumor soterrado, un engaño.
Y aún con el paso de las estaciones, creía encontrar tu recuerdo por cada calleja que pasaba, por debajo de los geranios en flor, por las calles empedradas, en los bares y acaso en medio de una plaza abarrotada, debajo del cielo azul, en el silencio de mi habitación. En ese caso nos hubiésemos mirado, y acaso no hubiera sucedido nada. Como si estuviéramos muertos ya en vida, “listicos”. Es cierto, aprendí a vivir sin ti, me acostumbré a ser un cadáver, a tomar como propio ese eslogan bastardo que dice: “agua pasada no mueve molinos”.
Sentí en mí el puñal de la tristeza al contemplar la belleza de aquellas tierras, y sentí que no lo merecía, que todo eso no lo podía sentir como propio si mi herida no cesaba de sangrar, y que no hay motivo para la desolación porque hay esperanza mientras se vive, otra cosa es que uno sea un cadáver ya en vida.
tEXTO & fOTOGRAFÍA: D
Un gusto conocerte... Iré descubriendo este rinconcito tuyo....
ResponderEliminarUn abrazo!
;-)
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