Hemos hecho acopio de fuerzas,
hemos vencido las mareas.
Navegamos hacia el infinito,
en nuestra estela cósmica.
Hemos ardido en la madera de nuestra cruz,
arrastrándonos a través del polvo.
Nuestros ardides de brujería se queman en la hoguera,
las lanzas se clavan en nuestro costado.
Hemos amado con locura,
y nos hemos desentendido del cuerpo.
Aislados estamos el uno y el otro.
Nuestras manos se deslizan por la superficie
de una cuchilla afilada,
sin palpar de que se trata,
sin determinar si es locura.
Ayer las vimos, las tuvimos delante de nuestros ojos.
Nada nuevo salvo sus perfumes.
Mundanas son las telas con que visten,
la seda traslucida en sus cuerpos.
Nada que ver contigo, amiga.
Carecían de tu elegancia natural,
de tu desparpajo.
Nada hizo sentir más hondo la tristeza
que cuando te recordamos,
inmenso amor.
Hoy es tarde. La magia con que te envolvías,
ya nunca más será mía ni nuestra: ¡Que importa lo que digan!
Y puede que algún día acierten sus palos de ciego,
rompiendo así la piñata.
Eternamente errantes, vamos de paso
por todas nuestras vidas y nuestras miserias.
¿Hemos de seguir buscándote más allá de esta vida?
Al ingeniero constructor del cosmos,
a las manos que modelaron el barro original,
al dios sobrenatural,
al omnisciente.
A él le pedimos que no desentone en su canto,
aún nuestros oídos son sensibles al ruido.
Aunque nuestros ojos hayan sido cegados.
Y somos conscientes de nuestra inmundicia,
que no ha de venir de otro sino del Padre.
TEXTO: D
No hay comentarios:
Publicar un comentario