A tus cabellos rojos...

"Ellos juegan un juego. Ellos juegan a no jugar un juego.
Si les muestro que me doy cuenta del juego que juegan,
rompería las reglas y ellos me castigarían.
Debo jugar su juego, de no ver que veo el juego."

R.D.Laing

Les digo adios, me despido con un hasta luego, quizás volvamos a vernos.
La verdad es que no he tenido el valor de despedirme. Cuando nos reunieron lo único que pensaba es que no quería que te llamaran también a ti. Ahí estábamos parados formando un corro, pegando nuestros cuerpos contra la pared, respirando un aire viciado, un ambiente que podía cortarse con un cuchillo.
Todos allí reunidos, esperábamos con el estómago revuelto mientras los rezagados terminaban de entrar. Los rostros estaban desencajados, muchas miradas perdidas. Y la mía pues igual, pensaba en el instante después, en el día de mañana cuando llegases y mi taburete de patas largas estuviese vació. Ya no habría poso de café en el que verse reflejado, ni veinte minutos al día para vernos, ni redención.

Sólo pensaba eso mientras oía el sermón, y miraba la punta de mis pies, no se, siempre me da por eso cuando espero me den una mala noticia, como la avestruz que entierra la cabeza en el suelo, algo parecido. Y mientras miraba la punta de los pies el corazón estaba a punto de salírseme del pecho, al galope iba y sonaba así: pum, pum, pum, pum.
Se dice muy a menudo: “a todo lo que tiene un principio también le corresponde un final”, y “no hay mal que por bien no venga”, al igual que “Dios escribe derecho con renglones torcidos”; y ese instante preciso era el mío, el de los renglones torcidos de Dios, el del mal que llega por un bien que desconozco, el estoque final.

No os diré que yo no lo mereciese sin decir que tampoco lo merecían los que estaban a mi lado respirando aquel aire pútrido con la cara desencajada. Si tuvieras que pasarles revisión uno a uno y mirarles a los ojos, si fueras tú el que debe dar la noticia, ¿no quisieras que te tragara la tierra también a tí?
Y ya bajaba por la escalera, con los veintitantos casi treinta, en lote; y las caras seguían igual de desencajadas, la angustia bajaba en tropel. Me dio tiempo de decirle adiós a un par de personas a las que he llegado a estimar, un par de besos por mejilla, un par de apretones de mano… si he aprendido algo de los sistemas empresariales en estos dos largos años es que debes olvidarte de estimar a nadie ni a nada, a no sentir apego por ninguna persona en particular, a tu silla, tu teclado o tu monitor. Nada de eso, olvídate del compañerismo y la lealtad también porque eso es un bien muy escaso, creer en eso lo justo.

Ahora quiero dormir, dormir largamente y no despertar hasta haber descansado. No quiero tampoco soñar, ni despertar en medio de la noche porque un ruido me ha desvelado. No quiero dormir prendido a una ilusión y amanecer desvalido. No quiero que lleguen las cuatro ni las seis y media, hora de levantarme, ni despertarme a cada rato y alegrarme porque todavía no es la hora.
No quiero seguir trabajando mientras duermo y tener la sensación de que lo estoy haciendo mal, que mis jefes vendran a por mí, y que un día cualquiera será el día D. No quiero tener deseos de abandonar: no se ha invertido tanto en mi como para dejarme doblegar por cualquiera.

Pero siempre encuentro algo o alguien que jala de mí, y dice en un susurro trémulo: “arriba, adelante, camina con pie ligero y grácil, disfruta del momento que no es eterno, tienes la edad de reaprender, a ti te corresponde la decisión y la duda”.
¡Ja!, quisiera desaparecer y reaparecer en otro sitio, cualquiera me vale, quiero un ancho prado, y caminar, y nunca detenerme, tan siquiera a observar las cosas más bellas. ¡Ah!, cuantos ojos maravillosos con miradas desperdiciadas, cuantas caras bonitas, cuantas mariposas multicolor te vas encontrando por el camino.
Bordeando voy las colinas, a veces me siento en una roca en mi camino hacia la montaña, mi eterno peregrinaje, tal vez esta senda algún día termine, no se cuando, tampoco a donde lleva.

tEXTO: D

No hay comentarios:

Publicar un comentario