La espada o la tinta

En tanto que la incertidumbre se iba cebando conmigo, había devenido en un ser hosco y solitario, enfrentado a una pantalla de ordenador.
Llegaba por la mañana y rezaba lo que sabía, que es más bien poquito, en fin, un leve balbuceo antes de empezar.
Cada vez me encontraba más desolado. Todos nos íbamos amoldando como podíamos a las nuevas circunstancias y a los cambios bruscos, desintegrándonos cada vez más, debilitándonos poco a poco, sin rumbo fijo ante el acoso. Había mañanas en que no sabía en que mundo vivía, y los días pasaban por el calendario sin que me diera tiempo a tachar sus casillas.
Y a la Valquiria la habían cambiado de departamento, de sala y de horario. Ahora la vería mucho menos que antes para mi desconsuelo; a mi me habían removido de sitio también, ya no podía confiar en nadie.
Raro era el día en que no cundía el pánico entre los presentes, los corrillos en la salida afirmaban saber quien había sido el último / la última de una larga lista negra cuyos nombres se iban desvelando poco a poco, ya ven, como se ha instalado en nuestras vidas la cultura del miedo: —que si fulanita de tal la que estaba en… ¿no sabes quien es?, llevaba poco tiempo…apriétate el cinturón —
Yo casi no notaba las perdidas por serme ajenas, hasta el otro día, en que me dí cuenta que lo que yo suponía unos días de vacaciones para unas compañeras, ignorante de mí, fueron unas vacaciones acompañadas de finiquito. Cayeron al ladito mía, compañeras de mesa, bastante amables y competentes, una lástima.
Sabe Dios que siempre tengo las barbas puestas en remojo: yo aún soy joven, no tengo grandes obligaciones, nada que me ate; vivo con mis padres, y no tengo mayor obligación que cumplir con ellos, podría volver a estudiar, tomar unos meses sabáticos.
Por si fuera poco, y pese a mis esfuerzos, no había podido congeniar bien con mis jefes. El uno bastante joven y brillante para su edad, una lástima porque a sus 21 años estaba absorbido por el sistema, y se comportaba con la madurez de uno de 34. Me impresionaba su temple frente a todo ese barullo que le llegaba desde todos lados, impávido se mantenía el tipo, y sin cambiar el gesto o el tono de su voz respondía a las dudas con una serenidad que yo en pocas personas he conocido. A él lo he estimado como enemigo en alto grado; ya que me es negada su amistad, es posible que logre aprender mucho más de lo que esperan de mí si me aplico el cuento.
Y luego la otra, rubia sin ninguna raíz, rondando los 55 años, La Reina de la sala como quien dice, borde y cortante como ella misma. Quise que me tuviera en estima por ostentar ella el mando, craso error, porque no hago otra cosa que chocarme una y otra vez contra su sistema. Su sistema, para más señas, está compuesto de hombres y mujeres de confianza, superespecializados todos, putos cerebritos, cada uno en lo suyo, y todos se deben a ella.
Recuerdo la primera vez que me acerque a su mesa, —pues me tocaba a mí ser la punta de lanza — el como me miraban esos perros de presa, pensarían que le iba a morder la mano a su dueña o algo, afortunadamente ni mi intención era dañarla ni ellos perdieron la compostura.
Y contra toda esa maquinaria no se como luchar, la verdad. He leído a Maquiavelo por si me servía de algo, lamentablemente cuento con un ejército de un solo hombre y unos pocos mercenarios que a veces se conforman con las cáscaras de los cacahuetes.
Siempre creí que caería yo uno de los primeros, ya que mi vulnerabilidad frente a este sistema suyo es incuestionable, más para mi asombro y regocijo no ha sido así: a mí alrededor han caído cabezas más brillantes. No se, pienso que debo tener una angel de la guarda cojonudo, o que dentro de mis limitaciones he sabido jugar bien mis cartas.
En cualquier caso, todo eso importa poco, porque mi desmotivación va en aumento, empiezo a sentir pánico por la incertidumbre, cada vez idealizo más la huida, me puede la paranoia.
Se que un día me tocará a mí, cuando tachen de la lista el nombre que me antecede a mí.
Y solo me queda esperar que el día en que me liquiden a mí no se dilapide con ello mi dignidad.

TEXTO: D \ CITA: Niccolò Machiavelli

No hay comentarios:

Publicar un comentario