Hambre, frío, sueño

Al atardecer, ya casi entrada la noche, revolotean delante de mi ventana las golondrinas. Hacen arriesgadas piruetas, como si de una exhibición de acrobacias se tratase, intentan asomarse lo más posible, y me ven escribiendo sobre el teclado.
Son varias las que se asoman, pasan rasantes sobre mi ventana, amenazadoras; pero yo no soy una amenaza, lo más que hago es observar, observar y escribir.
Me cautiva éste espectáculo del que soy único espectador. El otro día pensaba en ponerles algo de comida en el balcón de mi casa, pero he leído que son insectívoros, y ahora que lo pienso, buena cuenta han dado de las moscas que solían revolotear cerca de mi ventana, ya no se ve ni una, y pensado de ésta forma es como si yo les hubiese ayudado en su dieta.
Ahora parece que han cesado, poco a poco va cayendo la noche, es hora de volver al hogar, de reservar fuerzas para mañana, lo mismo que hago yo.
Y pensaba remolonamente en lo que me sucedió esta mañana. Caminaba sólo con mi Valquiria pelirroja, la que vino en mi ayuda cuando todo se disponía en mi contra.
Suelo desayunar en los veinte minutos que dura el descanso de mi trabajo, con ella y otros compañeros. A mi Valquiria la siento como una persona especial, e intento no confundirme. Ciertamente a veces no se lo que siento con respecto a ella, es como si en los veinte minutos esos todos los pesares se difuminasen, y lo único que cobra importancia es su compañía, su conversación, su sonrisa, el tono de su voz...siempre, mientras dura el desayuno intento robarle una sonrisa, hacerla sentir bien.
Funcionamos como una pareja sin serlo, en los veinte minutos dichosos. Veinte minutos durante cinco días. Una hora y cuarenta minutos a la semana, y el resto del tiempo lo paso oyendo el run run de mi corazón y pensando en el grácil vuelo de las golondrinas.
Cuando compartíamos mesa de trabajo, al lado el uno del otro, codo con codo, hasta que circunstancias ajenas nos separaron, solíamos bromear con estas palabras que aquí transcribo: hambre, frío, sueño.
Es lo que ella solía repetir y yo le hacía coro: hambre, frío, sueño; a veces la palabra ‘sueño’ se sustituía por 'sed', y reíamos.
Hoy mientras caminábamos de vuelta al curro, circunstancialmente caminábamos solos. Normalmente solemos ser tres o cuatro los que volvemos, pero hoy éramos ella y yo. Volvíamos buscando los rayos de sol que furtivamente se filtraban entre las nubes, y me confesó que había escuchado una canción en la radio cuyo estribillo consistía en la repetición de esas tres palabras: hambre, frío, sueño; y que mientras la escuchaba se había acordado de mí. Le respondí que esas sensaciones eran muy comunes en el trabajador que se pasa ocho horas diarias haciendo algo que no le aporta más que frustración y algo de dinero.
Luego hablamos de las vacaciones. Yo suelo coger quince días de Septiembre, ella me dijo que no sabía, porque Agosto ya lo habían pedido los más veteranos de su área; y he aquí el jarro de agua fría que me estaba preparado: que dejaba el trabajo en Septiembre porque se marchaba a Roma con una beca.
La verdad es que no supe como digerir ese golpe, creo que me quedé de piedra mientras el mundo se me venía encima. Luego, durante el resto de la jornada no pude pensar en otra cosa que en esas tres palabras: hambre, frío, sueño.

TEXTO: D FOTOGRaFÍA: Javier García Diz \ FUENTE: Wikipedia

No hay comentarios:

Publicar un comentario