Dos arañas tejían una tela sobre el cabecero de mi cama,
entre ellas cuchicheaban y se decían:
Larga es la noche del cautiverio
Cárcel de paredes blancas
Se consume como el fuego
Más, se agotan los días
Me despertó un grito que provenía de mis sueños, entre
diez mil ruidos, las luces de la ciudad se filtraban formando un mosaico de
diminutas teselas en la pared. Sobre mi cabeza las vi tejiendo. Reían mientras
deshacían un ovillo.
Sí, es cierto lo que decían, se me agotan los días, pero; ¿qué es eso en una vida de desaciertos
y desvaríos?, ¿Y quién estaba en condiciones de ser mi juez y mi verdugo aún en
vida? Me confió, como el resto de mortales, a la moral de mi dios.
El cabecero tiene un crucifijo de madera que se descuelga por uno de los lados de la
cama, y su finalidad es custodiar la vigilia. Como no descanso bien, soy a
veces un sonámbulo: con frecuencia me duelen las sienes y tengo calambres en
los dedos después de ocho horas de trabajo;
y a veces los sueños me juegan malas pasadas. A pesar de todo, busco la
redención de mis actos. Ofrezco la mejor versión de mí cuando lo logro, a
menudo eso no va a ningún lado, a priori no se ven resultados, como lanzar
semillas sobre la roca, pero que importaba: yo sabía que estaba en el foco.
Al amanecer se habían marchado, ni huella había de ellas.
Temo que vuelvan algún día, porque eran grandes como globos y feas como un
demonio, cuando abrí los ojos las vi descolgándose del techo muy cerca de mi
cara. El grito de la noche me despertó. Las vi ahí estaba seguro, quise
encontrarlas, creo que se han marchado, no sé si volverán, pero temo
encontrarlas.
Fin
tEXTO: d
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