
Ayer fuimos a dar una vuelta por las hazas que tiene, y de camino recolectamos castañas. El agua fluía por las acequias con furia, el calor del sol era agradable, los árboles ya en tonos amarillentos filtraban los rayos de luz, el suelo estaba recubierto de un manto de hojas en descomposición. Recogíamos las castañas del suelo, yo abría con el pie los erizos caídos, y era divertido. Dice mi padre que para hacer una “mauraca” para El Día de los Santos, esto es, asarlas y luego comérselas. Me reí sin piedad cuando le cayeron en la espalda un racimo de erizos, a él no le hizo tanta gracia como a mí, no es por maldad, es que igualmente me podían haber caído a mí que estaba al lado…
Para subir por aquellos caminos embarrados es necesario proveerse de un buen palo que sirva de bastón. El primero que encontré era demasiado fino e inconsistente, el segundo demasiado grueso y pesado, aunque tenía las dimensiones adecuadas para darle a alguien en la cabeza. Fue con el tercero con el que me sentí a gusto, no era ni muy fino ni muy grueso, casi no pesaba y al tacto era recio. Los caminos estaban echados un poco a perder, las hierbas habían crecido de tal forma en los lados que resultaba difícil transitarlos. Y los jabalíes habían hozado la tierra durante la noche, se notaba la tierra removida cerca de la base de los castaños y de las encinas. Encontramos un pequeño manzano al borde del camino con deliciosas manzanas silvestres, si les he de decir, de las mejores que he probado. Mi padre, que ya está un poco mayor, se mostraba ágil como una pantera, como si reviviera con alegría su niñez, tal vez su juventud, subiendo por aquellos barrancos, inspeccionándolo todo, como si tuviera en la mente un mapa con la disposición de cada jaramago en el camino, de cada florecilla que asoma…
Luego volvimos al pueblo camino abajo, con todas aquellas manzanas rojas y verdes, con los membrillos y las castañas. No me quise separar de mi palo, que ahora descansa en el garaje. En la bajada nos encontramos con dos gatos diminutos, blancos con las colas negras y la cara parcheada como si fuesen mellizos, no eran nada ariscos, por el contrario cuando me quise acercar a ellos no hicieron ademán de huir sino que por el contrario se nos acercaron juguetones. Les hice unas fotografías (a mi padre le gustan mucho los gatos), cuando nos alejábamos los dos jovenzuelos nos seguían, quien sabe si les hubiésemos dejado, hasta donde hubiesen llegado…
tEXTO & FOTOGRAFÍA: D
Que linda escena, David, que bonita foto...
ResponderEliminarMe gusta coger castañas y me encantan los colores de otoño. Comer las castañas despues de la lluvia, calentito en casa. El aroma de las hojas, la lluvia, la transicion...:-)
Un abrazo!
Me gusta que te guste, jeje. Tengo un montón de fotos que iré subiendo en próximas entradas, acompañadas de más texto.
ResponderEliminarPor cierto Bruma, el extracto de 'Cartas a un joven poeta' de Rainer María Rilke desde ahora mismito queda dedicado a tí, creo que te gustará.
Bueno, seguimos en contacto ^_~
Bye!