Actos oníricos subversivos (6/ )

o se ni como ni cuando, el caso es que nos encontrábamos mirando al cielo, de pronto creímos ver un avión, un avión que descendía a gran velocidad girando sobre si mismo como si hubiesen perdido el control de los mandos y se fuese a estrellar contra el suelo. Cuando lo tuvimos bien cerca, temerosos de que cayese sobre nosotros, la gente empezó a dispersarse, pero yo permanecí en mi sitio estático, en alguna que otra película he visto que lo mejor en estos casos es seguir la trayectoria del objeto en cuestión, no perderlo de vista, y esquivarlo en el último momento, cuando hemos adivinado el lugar de su aterrizaje. Nos dimos cuenta de que lo que suponíamos un avión era en realidad un barco. ¡Un barco!, un jodido y estilizado barco de color blanco con estelas azules a los lados que pasaba sobre nuestras cabezas e iba a chocarse unos metros más allá, lo se porque me fue posible escuchar la explosión. Estábamos en una especie de templo de dimensiones gigantescas, y llovía. A nuestro alrededor se formaron pequeños ríos de agua rojiza, riadas de lodo; parecía aquello el fin del mundo, como si una fuerza devastadora hiciera volar los barcos, como si una inteligencia superior estuviera a punto de iniciar una invasión. En el templo había cada vez más gente reunida, amigos míos y gente desconocida que venían a guarecerse dentro del lugar. De vez en cuando llegaba un emisario, lo sé porque algunas personas tenían un aura especial, algo había en ellos que no se encontraba en el resto de los mortales, se trataba de líderes, su carisma infundía seguridad, tal vez ellos eran organizadores, los que debían tomar el control de la situación, no lo sé. Empezamos a organizarnos, a distribuir tareas, hablábamos mucho entre nosotros, llegaba información de todos lados...y yo estaba en la entrada con unos cuantos compañeros más, en las columnas pertrechados controlando la puerta, si alguien quería entrar era conmigo con el que hablaban. De vez en cuando se veía elevarse sobre el suelo un pesado camión en tanto en que se derretían sus ruedas, era de lo más extraño. Aparte de esto, al enemigo no se le conocía forma, no se sabía si ya estaba entre nosotros o éramos el último reducto en el fin del mundo, no había nada que indicase: “éste es el enemigo, le reconoceréis por esto y por esto; disparad contra él hasta gastar toda la munición”, siquiera si las balas servían de algo contra ellos; sólo se sabía que tenía capacidad para elevar los barcos y los camiones, para producir riadas, para incomunicar a los supervivientes, para ocultarse a la vista…
Había uno entre mis compañeros de elevada estatura, fino en su figura, de movimientos ágiles, como si fuera un elfo, era en éste en el que yo depositaba gran parte de mi confianza de supervivencia; en él, en una mujer y otro hombre que eran los que por sus características me producían mayor sensación de seguridad, además; como yo, ellos eran de los pocos que habíamos sobrevivido en aquel caos desde el principio…

tEXTO: D

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