Un admirador

n admirador soy yo de su obra, del arte suyo de la seducción, de su belleza tan extraña, ‘rare avis’ como se diría.
Se que no todo lo que posee se debe a su lucha propia, acaso la obra se la debamos a sus padres, abuelos, o tatarabuelos, remontándonos así hasta el principio de sus orígenes. Fueron ellos quienes con su carga genética determinaron lo que hoy es usted. Pero no quiero desmerecer lo que le corresponde a usted misma; y en gran valía la tengo yo, primero entre sus admiradores, aunque nada llegue a saber usted de mí; ya que este mensajito se autodestruirá nada más que acabe de leer la última línea y, debe olvidar también que todo esto ha ocurrido hoy, y que tampoco volverá a suceder en el futuro.
Le decía lo de la carga genética, pero el otro día me quedé a observarla mientras subía al autobús, estaba usted magnífica con sus gafas de sol y el pelo alborotado. Quiso la suerte que compartiera asiento al lado suya; yo era la estatua que había inmovil al lado suya y que escuchaba música y observaba la vida, al igual que usted, desde detrás de unas gafas de sol. En algún momento creyó de mí que me estaba quedando dormido, pero no era así, por el contrario retenía cada ínfimo detalle para hacerlo mío, respiré cada bocanada de aire, y… ¡un mismo perfume no huele igual en dos personas distintas! Vila bajar por las escaleras, a usted con ese aire suyo tan particular que ya no es sólo carga genética, deteniendo el tiempo a su paso; era el genio lo que la acompañaba, y con los remolinos que formaba a su alrededor hacía chocar con las farolas a los viandantes que se cruzaban en su camino.
Figúrese que ganas de reir me entraron al ver a todos esos muchachos en el suelo, como árboles tronchados después del paso de un ciclón y pensando en mi suerte de no ser yo uno de ellos, hube de taparme la boca con el pañuelo que llevaba en el bolsillo para contener la risa.
¡Oh! me quedé ahí sentado, insensato de mí, en vez de haber salido corriendo a chocarme también yo con cada farola del camino por la que usted pasaba, debí haberle dicho que es usted mi más preciada rare avis que haya yo podido encontrar, pero mientras la puerta del autobús se cerraba y echaba a andar, yo la observaba desde detrás de los espejos de las gafas de sol, e intentaba descubrir que proporción de su magia le correspondía a usted misma y cuanto a su carga genética.
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