Día uno, semana de vacaciones

a aparecido en mi escritorio un pequeño papelito con una nota que dice así: “has cambiado mucho”.
Joder, digo cuando lo leo y sostengo el papelito entre mis dedazos. ¿Quién coño ha podido dejarme escrito algo así? Debe de ser alguien que me conoce muy bien y sabe que voy a reparar en el papelito, escrito con un lapicero con letras mayúsculas, bastante rectas, sin ningún rabito delator, sin ningún deje.
Sostengo el papelito diminuto entre mis dedos, y empiezo a hacer descartes, a amasar teorías conspiratorias, y pienso que debe ser de alguien tan próximo a mí, uno de entre mis hermanos, con el cual mantengo inquietudes intelectuales similares, sólo él podría estar atento a mi evolución, sólo él sabe de mis escritos y de las telas de araña que voy tejiendo desde mi bitácora, sólo él que lee puede saber de mis inquietudes, de las necesidades de mi yo interno. Su aseveración, la de que he cambiado, me cae como una jarra de agua fría, ya que es tan neutra como el afirmar: eres humano, tus manos son racimos de dedos al igual que tus pies, tienes dos ojos, uno ya cansado, tu pelo es oscuro, y tu corazón se ha secado en el lado izquierdo de tu pecho… ¡claro que he cambiado!, no iba a quedarme en la edad del pavo, o en la niñez como un Peter Pan cualquiera, yo no soy Michael Jackson y no vivo mi encierro entre las murallas del El País de Nunca Jamás. Si he perdido la inocencia, en parte ha sido por mi necesidad de superación, y porque el mundo no está hecho a la medida de los inocentes y de los crédulos, la vida es como el caudal de un río; no está pensada para ser retenida ni estancada, está pensada para mantenerse en continuo flujo, cumpliendo sucesivos ciclos. Si he cambiado, para mejor o para peor, ha sido por simple necesidad de adecuarme al entorno, y porque no puedo dejar mis riendas en las manos de cualquiera. No puedo confiarle mi fe a ningún Dios, en la tierra o en el cielo. Debo ser yo mismo quien coja la sartén por el mango y eso es lo que vengo haciendo desde hace un tiempo.
Ahora que lo dices, si, he cambiado, me he vuelto mucho más cabroncete si es lo que quieres oir; ya no sólo soy los delicados pétalos de una rosa moteada sino también sus espinas. Si, he dejado secar mi corazón en el lado izquierdo de mi pecho y he hecho que las tripas cumplan su función, si, ahora camino sólo, ensayando, errando y de vez en cuando acertando, porque así he querido que sea.
He cogido el dichoso papelito, lo he arrugado, me lo he metido en la boca y lo he masticado, y cuando ya no era más que una bolita de celulosa la he escupido a la papelera. He pensado que es mejor no seguir al Conejo Blanco allí donde el quiera llevarme, yo no soy Alicia, y este precisamente no es El País de las Maravillas que ideó Lewis Carroll.

TEXTO: D

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