Obstinación

stuve dos o tres días afligido, las lágrimas al borde de los párpados sin aparente motivo. Yo se lo que es, se de lo que se trata, es el mal de las alturas. Los duendes del bosque y las ninfas de las pozas invocaron un conjuro del cual no puedo escapar, los arroyos y su murmullo, las acequias y los estanques, las moras y las zarzamoras, los castaños jóvenes y los centenarios, las fuentes del camino, aún las gentes. Ahora en el mundanal ruido, entre calles de asfalto atestados de coches, entre cláxones y sirenas, aún se puede escuchar el ruido de una chicharra. Me digo a mí mismo que acaso este no sea lugar para mí, soy demasiado sentimental para esta vida insípida, me atrofio entre muros de hormigón y celdas invisibles, pierdo todo mi potencial, dejo de crear, que es mi fin. Yo soy un poeta, no puedo renegar de mí sin morir en el intento, no es que me importe dejarle un legado al mundo, el proceso de crear mismo es lo que me interesa, sentirme como el Dios creador de unos simples párrafos en el instante que quiero hacerlo, necesito sentir para expresar mi sentir. Si dejo de hacerlo, si me atrofio, dejo de ser yo mismo para pasar a formar parte de la gravilla del suelo o del hormigón de un edificio, o del cristal de una ventana. No, definitivamente no eso a lo que quiero unirme. El hombre que ha nacido en libertad no puede ser confinado entre los muros de una ciudad, pues quien ha visto la belleza en su máximo esplendor, no pueden conformarse con menos.
Y si mi existencia se basa en la observación de los pequeños detalles que componen una vida azarosa, en el instante en el que sucede un hecho en cuestión, en el modo en el que sucede, no puedo cuanto menos que sentirme ínfimo con relación a todo lo que no puedo abarcar. Y es esta pequeñez con respecto a lo sublime lo que me hace renegar de mi defensa, es por donde empieza mi obstinación. Soy sólo un granito de arena para el mundo, pero me consuela el hecho de que “en el agua, lo mismo se hunde un grano de arena que una roca”. Entonces me digo que no estoy tan desamparado como pienso, que si aún puedo notar el conjuro de los duendes y las ninfas y escuchar el “Om” de la tierra, de las pozas y los arroyos. Si al contemplar la belleza aún puedo quedarme absorto y retener el tiempo en un solo instante, conseguir detener el curso de un río con solo alzar la mano como hizo Moisés con su bastón, ya no soy sólo un granito de arena o un simple poeta solitario, soy al fin, un Dios creador.
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D

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