Consideraciones intempestivas de una musa

ace echado sobre la cama, a mi lado, con la respiración entrecortada, el pelo le cae sobre la cara, los ojos cerrados. Me he desvelado a causa de un mal sueño, y ahora le observo. Acaricio su mano, que una vez fue garra, antes, un poco antes de que le conociera, en su edad del lobo. Entonces no supe porque me fijé en él, ya que era su belleza, una belleza que subyacía dos o tres capas por debajo de la piel, y la cual le pertenecía al alma y no a la apariencia. Era de muy pocas palabras, casi había que sacárselas con cucharilla, sin embargo en su mirada había una luz especial, un fulgor que provenía de sus córneas y que valía por todos los silencios y todas las palabras que se pudieran malgastar. Yo le había conocido de vista ya de niño, en el verano cuando subía con la familia de vacaciones al pueblo. Solía pasear cogido de la mano de su madre los domingos después de misa, y jugar con sus hermanos. En realidad no se podía decir de él que le gustara demasiado el juego, por el contrario, se decía que no había aprendido a jugar con los muñecos. ¿Cómo llegó a ser guerrero? Hay un guerrero que habita dentro de cada persona, dentro de mi misma habita uno, pero el suyo hubo de especializarse en demasía, para conocerle bien, habría que remontarse a su infancia, etapa que yo desconozco en absoluto. ¿Qué hubo de pasarle durante esa etapa? No lo sé, y es mejor no preguntar, pues como dice el libro El extraño caso del Dr.Jekyll y Mr. Hyde, una pregunta es como el que echa a rodar una roca desde lo alto de la montaña, como el que acciona un resorte, como el acto de apretar un gatillo. Si me preguntan porque me fijé en él les diría que por su aparente fragilidad, y por el enorme vació que había en el, tan difícil de llenar, siquiera yo soy capaz de llenarlo con toda mi luz. Sin embargo, me dijo que me amaba, entrecortadamente, como si le costara demasiado mostrarse humano, y a veces parecía tan lejos de serlo, como el humorista que intenta imitarse a sí mismo. Pero no teman de él, pues quien ha visto los ojos del diablo, inevitablemente ha conocido también a Dios.
A veces entro en sus sueños, muy pocas veces lo hago. Su espacio onírico suele estar poblado por monstruos, los suyos, y las neblinas que lo cubren todo en derredor. Paseamos cogidos de la mano por lugares fantásticos mezcla de tiempos pasados distorsionados, espacios y lugares que no caben en la lógica de la realidad. A veces entramos y somos arrastrados por la corriente entre turbulencias al mundo de las pesadillas, allí hemos aprendido a mantenernos firmes ante el miedo. Los monstruos y las criaturas más espantosas habitan en ella, nada ocurre cuando nos ven pasar, de vez en cuando uno de ellos, se acerca a observar, como si fuera un chiquillo lleno de curiosidad que quisiera probar un juguete nuevo. Otras por el contrario, hemos conocido seres fantásticos y personas de otros mundos y otras épocas que, como emisarios, llegan a advertirnos o ponernos en guardias acerca de algunos asuntos. Tantas veces hemos estado a punto de morir como de que fuera a acabarse el mundo, esta, la sensación de que se va a acabar el mundo y la espera, es de las sensaciones que al despertar dejan peor sabor de boca.
Pero si el mundo se debiera acabar ahora mismo, entonces yo quisiera que fuera a su lado, mientras estamos dormidos, entonces, al reencarnarnos en la siguiente vida, seguiríamos estando juntos, paseando cogidos de la mano, por lugares imposibles, como almas gemelas que han de seguir siempre unidas, como ambas partes de una misma moneda.

TEXTO: D

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