
La redención llega hasta mí en esta mañana soleada con intermitencia, y me invita a salir, a bañarme en los rayos dorados como la prueba del cambio. Pero, ¿he crecido de veras? ¿Y este crecimiento me ha ayudado a mejorar como persona? Que yo quisiera, ser como las almas buenas, y sin embargo, cuanto mejor me conozco, cuanto más escarbo dentro de mí, hallo que enterrado bajo unas cuantas capas discurre el rojo fuego, salen de mis hombros alas de murciélago y mi elemento natural es la tiniebla. Y huyo espantado entonces de esta visión, corro alborotado quemándome en dicho fuego, busco un manantial de pureza en el que apagar ese fuego, pero hasta ese manantial aún no he encontrado el camino. Ante ese sobresalto y para tranquilizarme bebo un poco, los tragos amargos bajan por la garganta y tienen un efecto relajante al principio, pero el primero de los tragos llama a los siguientes, el silencio se apodera de mí, el ambiente se difumina, el fuego ha dejado de quemar y ahora es un calor gratificante. Las alas de murciélago se cierran sobre mi cuerpo y entonces ¿Qué soy yo? No más que una gárgola que ha despertado de su sueño de piedra, ya no persona, ya no razón, sino instinto, instinto animal.
De nuevo soy un instrumento, un títere que se balancea de un lado y otro del escenario y que al mirar hacia arriba solo ve hilos, ¿Y las manos del que mueve todo esto? Quisiera yo verlas para reírme de la torpeza de su obra. Y en mi, títere descabezado, también hay creación, también yo muevo hilos, tampoco a mí se me ve la mano. Y que mi obra también es torpe, como las letras que componen este párrafo, que a modo de sinrazón, clama a la ventura de la razón.
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D
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