Gárgolas en el tejado

as semanas pasan de largo y del tirón, como si no existieran los días. Dentro de mi va creciendo una fuerza imponente y soy de nuevo una vela henchida por el viento. También me estoy alejando paulatinamente del pasado. Y voy olvidando todo cuanto ya no tiene sentido en mi vida, apartado a un lado, van quedando como un equipaje que no necesito, y subo de nuevo a mi coche, y piso a tope el acelerador. Nadie viene conmigo. Esta etapa me corresponde a mí hacerla en solitario, pocos son los que han salido a despedirme y agitar pañuelos blancos. El desierto es la prueba siguiente, en donde el niño pasa a ser hombre si es que consigue volver por su propio píe, más he dicho que voy solo, pero no es del todo cierto, conmigo vienen las ánimas, una el ángel que custodia mis actos, y otras las almas de quienes ya han llegado al más allá y tiran sus dados invocando a mi suerte. Y bueno, ¿siento pena y dolor? De ninguna manera, ya me he perdonado por cuantas malas acciones he llevado a cabo a lo largo de mi existencia, contra mí y contra los que alguna vez entraron en mi círculo, porque para poder merecer su perdón, antes he debido de redimirme a mí mismo. Y así os digo, al galope voy de unos cuantos cavallos, permitidme ir hacia delante, no queráis detenerme ante mi determinación. Ya sabéis, los que tenéis que saber, cuan importantes habéis sido en mi vida. De aquí y de allí cogí un poquito, o un mucho, ya se, a muchos de quienes cogí os dejé sin nada, pero no lo deis todo por perdido, aún no, volveréis a tener pronto, con intereses añadidos.

La redención llega hasta mí en esta mañana soleada con intermitencia, y me invita a salir, a bañarme en los rayos dorados como la prueba del cambio. Pero, ¿he crecido de veras? ¿Y este crecimiento me ha ayudado a mejorar como persona? Que yo quisiera, ser como las almas buenas, y sin embargo, cuanto mejor me conozco, cuanto más escarbo dentro de mí, hallo que enterrado bajo unas cuantas capas discurre el rojo fuego, salen de mis hombros alas de murciélago y mi elemento natural es la tiniebla. Y huyo espantado entonces de esta visión, corro alborotado quemándome en dicho fuego, busco un manantial de pureza en el que apagar ese fuego, pero hasta ese manantial aún no he encontrado el camino. Ante ese sobresalto y para tranquilizarme bebo un poco, los tragos amargos bajan por la garganta y tienen un efecto relajante al principio, pero el primero de los tragos llama a los siguientes, el silencio se apodera de mí, el ambiente se difumina, el fuego ha dejado de quemar y ahora es un calor gratificante. Las alas de murciélago se cierran sobre mi cuerpo y entonces ¿Qué soy yo? No más que una gárgola que ha despertado de su sueño de piedra, ya no persona, ya no razón, sino instinto, instinto animal.

De nuevo soy un instrumento, un títere que se balancea de un lado y otro del escenario y que al mirar hacia arriba solo ve hilos, ¿Y las manos del que mueve todo esto? Quisiera yo verlas para reírme de la torpeza de su obra. Y en mi, títere descabezado, también hay creación, también yo muevo hilos, tampoco a mí se me ve la mano. Y que mi obra también es torpe, como las letras que componen este párrafo, que a modo de sinrazón, clama a la ventura de la razón.
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D

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