o se detenga frente a la ventana, salga usted al aire y respire, deje de estar ensombrecido y circunspecto detrás de sus gafas de sol. Ya le he dicho que es tarde para seguir preocupado, beba usted tranquilo su copa, bájela sorbo a sorbo y no se dé a la imaginación. Hipnotizado por el estimulante momento, su corazón joven, aunque late sin brío, aún no es un músculo atrofiado. Pero lleva usted suspendido en ese instante, como un reloj de arena al que se ha olvidado de dar la vuelta, guardando una espina, vigilante con cien ojos como Argos. En una espera que nunca tendrá la oportunidad de repetirse.
¿Desea usted hacerse inmortal? Inmortalizarse en sus anotaciones para así trascender al tiempo como antes lo hicieron algunas de las personas a las que lee con devoción, y aún mas, cree comprenderlas mejor que a sí mismo. Sorbo a sorbo, como mengua el café en la taza, has ido enriqueciendo tu vocabulario desde la época de los encierros en tu habitación, cuando te distes cuenta que abrir un libro era abrir una ventana al mundo por la cual escapar. Y supiste entonces que a cada etapa le correspondía dejar tapiada una puerta detrás de si; poniendo en práctica por primera vez el concepto de “tierra quemada”. Descubriste que a cada alegría le correspondía también un lamento, a cada error le correspondía un acierto, que por cada liebre que salía de su escondite le seguía de cerca un galgo, y que por cada instante que retenías había miles que se iban perdiendo irreversiblemente.
¿Y cuando te dio por subirte a los árboles para descubrir la inmensa llanura? Desde entonces tu mundo reducido se hizo mucho más amplio, y ya no necesitaste creer lo que se decía de las tierras lejanas; pues tú mismo tuviste la oportunidad de contemplarlas con los ojos de un halcón. Una colina había detrás de un valle seguido de otra colina, y señalaste con tu dedo preguntándote que habría detrás de la última colina, allí por donde se esconde el sol. Lo que hay, hoy lo sabes gracias al aleteo de una triste mariposa a punto de morir, y su desesperación desató una de las reacciones en cadena de lo más insospechado…
¿Aun no han cesado de sonar los grillos en tu cabeza desde la última vez, verdad? Y vuelves cada noche a la planicie verde donde los grillos saltan y las luciérnagas alumbran. Y rindes tributo a La Luna, que desciende hasta a ti para que la sostengas entre tus manos. Hay alguien además de ti en ese lugar, ¿verdad?, sin atreverse a salir de las sombras, observando el ritual, al margen del círculo que has trazado, sin poder atravesarlo, sin poder acercarse, pues le quema la luz.
TEXTO: D
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