oy he vuelto a caminar por sendas que me eran conocidas, en un tiempo en el cual me sentía como si fuera el mismo Dios. He recorrido esos mismos lugares y, aunque parezcan los mismos, ni me son familiares ni me pertenecen en absoluto. El amor que albergaba mi corazón se tiznó de desprecio cuando lo poco que tenía me fue arrebatado. Ahora ya no juego a ser Dios, en realidad descendí desde las nubes sobre las que se asentaba nuestro castillo volante para enterrarme en el profundo y abismal oscuro. Mefistófeles ha hecho de mí el hombre que soy actualmente. El hombre que cuece su destino en una caldera desde el fondo de su caverna. ¡Ay, madre! Tú que pretendías de mí un hombre de bien, y sin embargo te encuentras con que me han salido alas de murciélago y aún peor, he perdido el alma que tú me distes en favor de Mefistófeles.
Errante he sido fuera del jardín, después de haber mordido la manzana de la traición. Maldita la serpiente y maldito yo. Imposibilitado para hallar la paz interior bajo el sol abrasador. Me sentí desnudo y me avergoncé de mi desnudez. Y hube de cubrirme con telas que son quimeras, medias verdades o medias mentiras, peor aún: autoengaños. No, no he sido feliz, es cierto, ahora puedo decirlo con voz clara, sin que por eso me vaya a derrumbar como una torre de naipes sobre el tapiz.
Volví sobre mis pasos sin quererlo, el trayecto era el mismo, los edificios aunque envejecidos eran los mismos. Y me vi contigo otra vez. Me sentí horrorizado de pensar que tú tampoco hubieses hallado la felicidad en este paso; concienciado de que Dios no da en esta tierra a quien lo merece. Dios es un mal juez para el hombre, y la santidad no es buen final para mí. Prefiero mil veces arder en los fuegos fatuos que mi alma le pertenezca a la omnipotencia descarnada con la que nada tengo que ver.
Por otro lado, como no he de esperar hasta el final de los tiempos para cumplir mi condena; pues en vida la estoy cumpliendo. Y como Mefisto me ofrece pequeños placeres terrenales a cambio de mi alma; yo firmo donde sea.
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D
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