
Errante he sido fuera del jardín, después de haber mordido la manzana de la traición. Maldita la serpiente y maldito yo. Imposibilitado para hallar la paz interior bajo el sol abrasador. Me sentí desnudo y me avergoncé de mi desnudez. Y hube de cubrirme con telas que son quimeras, medias verdades o medias mentiras, peor aún: autoengaños. No, no he sido feliz, es cierto, ahora puedo decirlo con voz clara, sin que por eso me vaya a derrumbar como una torre de naipes sobre el tapiz.
Volví sobre mis pasos sin quererlo, el trayecto era el mismo, los edificios aunque envejecidos eran los mismos. Y me vi contigo otra vez. Me sentí horrorizado de pensar que tú tampoco hubieses hallado la felicidad en este paso; concienciado de que Dios no da en esta tierra a quien lo merece. Dios es un mal juez para el hombre, y la santidad no es buen final para mí. Prefiero mil veces arder en los fuegos fatuos que mi alma le pertenezca a la omnipotencia descarnada con la que nada tengo que ver.
Por otro lado, como no he de esperar hasta el final de los tiempos para cumplir mi condena; pues en vida la estoy cumpliendo. Y como Mefisto me ofrece pequeños placeres terrenales a cambio de mi alma; yo firmo donde sea.
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D
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