oy me acuesto con gran pena. Tengo en la garganta un nudo y las lágrimas amenazan con desprenderse como ojivas de mis lacrimales. Me has dicho que te ibas y que no hay vuelta atrás en tu decisión, que tu tiempo aquí se agota. Yo no te he querido escuchar, yo nunca escucho a nadie. Te esquivé como pude diciéndote que me tenía que ir a trabajar; y era verdad. Tengo que ir al maldito trabajo, trabajar durante doce horas, y en la mañana descender colina abajo luchando contra el peso de los párpados. ¿Y si me quedara dormido al volante mientras bajo por esa pendiente, si a Morfeo le diera por atraparme durante el recorrido, si mi Ángel de la guarda se descuidara tan sólo esa vez ? Ya no tendría que preocuparme de nada, podría descansar al fin... pero los que me quieren no podrían perdonarme tal cobardía, y no puedo ofenderlos de tal manera: ¡El tiempo invertido en mi siembra se echaría todo a perder por culpa de una helada!
Bajaba entonces por la colina, pensando en tu partida y en mi eterna huida. E imaginaba lo que pudo ser y no fue. En lo que me quedó por decir mientras caminábamos uno al lado del otro. No, yo lo dije todo, quizás fueras tú quien se olvido de hacer la señal o que yo no supiera interpretarla en el humo. Tampoco es que hubiésemos llegado demasiado lejos. Tú estabas de paso y yo tenia mis cimientos aquí. Además; soy una llama que prende con mucha fuerza en un instante y consume con gran rapidez todo el oxígeno a su alrededor. Pienso en mi como alguien que se casó enamorado de si mismo y se divorció durante la luna de miel, o algo así.
Cuando llego a casa están todos dormidos, todas las persianas echadas. Veo a mi hermano dormido en su habitación con una mano cayéndole por un lado de la cama y no puedo cuanto menos esbozar una sonrisa: el tío no para de roncar. Anoche tuvo que haber salido de fiesta el angelito, y ahora parece como si no hubiese roto un plato en su vida. Entro en mis aposentos. Mi aposento es una habitación amplia, con una mesa blanca de dibujo, al lado de la ventana, sobre la que hay infinidad de objetos: un portátil, una lámpara, bolsas de plástico, un disco duro negro, unos altavoces que hacen temblar el piso, vasos de plástico medio llenos o medio vacíos -según-, mecheros, una de las partes de un compás, latas de cerveza por doquiera, clips, revistas, folletos, capuchones de bolígrafos, etc. Tengo en la pared el dibujo de una mujer que sujeta entre su pecho un peluche con un solo ojo, sobre cartón. Lo hizo en una fiesta un grafitero y me lo regaló dedicado hace ya unos años. Desde entonces ese ojo no ha parado de mirarme con devoción. La mujer no me mira, está de perfil, con los ojos cerrados, quizás dormida o en trance, no lo se bien.
Ya es de día. Los pájaros pían cada uno lo suyo, los coches circulan, yo me desvanezco en mi sueño. Todo empieza como acaba. Una lágrima se desliza por mi mejilla inexorablemente y va dibujando una estela en mi cara. Tú estas tan lejos… y lo que nos separa no es tanto la distancia, sino el olvido.
TEXTO: D
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