Ocho cero tres. Me he despertado con el sonido de cascabeles, cláxones y con un “soooooo” que me ha resultado peculiar.
Por entre los coches y las motos circulan también bueyes, mulas, caballos, carrozas y arrieros. Forman una larga fila y van deteniendo el tráfico conforme avanzan.
Es aún temprano, y debería estar dormido, normalmente hasta las diez, pero estas cosas solo pasan en Sevilla una vez al año –que no hace daño-; así es que he salido con mi cámara en ristre cuando he intuido de lo que se trataba. Sólo he podido obtener fragmentos, es decir, pezuñas, cuernos y trozos de carrozas entre el follaje de los árboles. También he obtenido la foto de un arriero con sombrero y vara que mientras camina fuma un cigarrillo. No es gran cosa, lo de las fotos digo, pero el ruido me ha despertado de un sueño horrible, a Dios gracias.
Ahora no se que hacer, todos andan dormidos en mi casa, y yo debería estar haciendo lo mismo. Hace una ventolera de cojones afuera. Las ramas de los árboles se contorsionan en una danza frenética y violenta y se nota en el ambiente que la primavera se retira poco a poco dejando paso al verano.
Otra vez lo mismo, los años pasan que se las pelan, arrugándome el pellejo y curvándome la espalda. Aún el gesto permanece sereno, y la sonrisa con la que me ofrezco al mundo es perenne y aún cautivadora.
TEXTO: D
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