Sueña la margarita con ser romero

De lo profundo del pórtico, y sobre nuestras cabezas, se lanzan las golondrinas al vuelo. Han construido su nido de barro y paja sobre un foco, justo encima de donde me encuentro ahora mismo, observando. Debe de haber huevos en el nido aunque no he querido comprobarlo, pues los padres, muy celosos, no parecen estar muy contentos con nuestra presencia. Estoy con tres amigos. He salido de Sevilla escapando del bullicio y he recalado de nuevo en la playa. Ahora me resguardo debajo de una sombrilla azul que hemos clavado estratégicamente en el suelo. Debo ser de las pocas personas que van a la playa no a tomar el sol, sino a tumbarse en la sombra, y abrir una lata de cerveza y entornar los ojos, sin que nada impida la ensoñación. Oigo a unos metros las olas romper contra la orilla, y es un rugido que viene desde lo profundo del mar y se expande por toda la playa. Sin embargo, este rugido no es hoy amenazador, sólo rompe contra la arena y vuelve lamiéndolo todo a su paso, casi con desgana.

Y me doy cuenta de que no estoy enamorado aunque debería, y cualquier cosa me vale para estarlo, un trozo de cielo, una gota infinitesimal de mar, un puñado de arena. Y esta felicidad primaveral que a modo de retoño brota en mi pecho parece hacerme daño, como si no pudiera disfrutar de un sólo remanso de paz, como si no pudiera reservar del mundo sólo un rincón tranquilo. Y cuando al fin lo consigo lo siento como una punzada en el pecho.

Y mi corazón otra vez se encuentra espectante, otra vez vuelve a latir. Creo que este dragón moribundo que era la pena que sentía por un abandono y su respectiva ausencia, ha dado sus últimas coletadas. ¡Ya no se mueve! inmóvil esta sobre la arena, y se va deshaciendo por los efectos erosivos del viento (y del paso del tiempo).

TEXTO \ FOTOGRAFÍA: D

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