La noche eterna

En el borde de un camino yermo, junto a un árbol centenario, detrás de una colina, debajo de unas nubes rojizas, atado a una soga ha ido a descansar un hombre de mediana estatura.
El pelo negro le cae sobre la frente, tapándole los ojos. Cuelgan sus pies descalzos de una rama, sus manos también penden, los bolsillos ya no pesan, y no pesarán nunca más. Su sonrisa, que acaso fuera lo unico que no había perdido en su maltrecha vida, ya nunca volverá a desdibujarse.

Por el inmenso llano que hay junto a la colina, galopan sobre la grupa de sus caballos temibles jinetes. Clavan sus espuelas en la carne de los caballos desgarrándola, galopan levantando polvaredas a su paso.
Aúllan los lobos de un dolor hasta entonces desconocido entre los pinos y aúnanse en aquello a lo que llamamos jauría, los pájaros huyen en desbandadas y cubren el cielo, las cigarras cantan una canción solemne camufladas entre la maleza.
Los loros ya no necesitan repetir, han aprendido a hablar, y lo hacen seguros de sí mismos, aplicándose la condición de líderes. Y los sapos han salido de sus estanques convertidos en príncipes, y con sus calabazas construyen veloces cuádrigas y han decidido en asamblea ir a la guerra.

Un viento frío viene a levantar el pelo negro de la cara, a remover las hojas de los árboles, a levantar la hojarasca en el suelo. Hace contorsionar las ramas, desgaja las más tiernas. En tanto que esto sucede, llegan los cuervos, ocupando las ramas más altas. Picotean entre las plumas con sus picos naranjas y se acicalan los unos a los otros. Y por fin hace acto de presencia la madre de entre las madres, la señora hacedora de la noche eterna, con su guadaña. Corta la cuerda, cae el fruto maduro entre sus brazos. Es un niño dormido lo que sostienen sus huesos, un niño que se ha hecho mayor en la tierra prometida y del que ahora sólo queda la cáscara. Por las cuencas de sus ojos vacíos, y por entre sus dientes descarnados y muy cerquita de su oído óyese un murmullo, un bisbisear, un llanto.

Por el llano, a muchas colinas de distancia, unos jinetes galopan entre risas y jolgorios, pican en la carne de los caballos con sus espuelas, en tanto que el sol va cayendo en el horizonte, por debajo de las nubes rojizas. No saben que luego vendrá la noche eterna, y esa sera la última puesta de sol que vean.

TEXTO: D

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