Amelie

n chico y una chica intercambian miradas a través de la ventanilla del coche. Justo cuando se pone el semáforo en verde dejan de tener nada que decirse.
En ese mismo instante, a varios kilómetros de distancia una camarera limpia las mesas de la terraza con un trapo amarillo. Lleva vaqueros, una camisa verde que le sienta muy bien y un delantal.
Y un escritor en ciernes la observa desde la ventana de un quinto piso mientras teclea unas palabras en su portátil. Descuelga el teléfono y marca. El teléfono suena al otro lado hasta tres veces, justo en ese instante el vecino del otro bloque corre hasta la salita, descuelga y pronuncia un diga que puede escucharse a través de la pared.
En ese mismo instante un hermano suyo escucha desde la última fila las lecciones de un profesor joven y simpático, recién salido de la universidad. En ese preciso instante también, en una taberna en el centro de la ciudad, su hermana prepara el plato de un menú con sumo esmero, mientras los camareros corren de un lado a otro sirviendo platos.
También a un viandante se le acaba de caer una moneda de veinte céntimos junto a una iglesia y se agacha para recogerla. Y cuando la tiene en la palma de la mano la contempla junto a las demás para cerciorarse de que no le falta ninguna. Y dos amigos se han reunido en una plaza para tomar una cerveza. Llevan gafas de sol y vacían un botellín verde de Alhambra reserva. A su lado almuerzan una pareja de extranjeros que hablan en inglés y unas mesas más allá se ha sentado una señora que mira a todos lados como si se sintiera observaba. Entre las patas de la mesa se escabullen furtivamente los gorriones buscando migas de pan y una mujer sube el carrito con su bebé a la acera.
Un chico maneja un carro repleto de envases y cajas con comida. Como no puede moverlo sin que se caigan decide asegurarlo con cinta adhesiva. También unos metros más allá, calle adelante, un muchacho timbra en la sucursal de un banco. Cuando llega su turno la mujer que atiende a los clientes desde detrás de un cristal, le saluda por su nombre. Ella no sabe que el muchacho piensa que es una mujer sexy, pero como debe ir deprisa, sin siquiera detenerse a mirar a los clientes, no repara en esos detalles. Y el compañero suyo, en otra mesa habla con la pantalla del ordenador deletreando un código y tecleando aceleradamente. La operación dura menos de dos minutos, el tiempo necesario para una firma, sacar el dinero y sonreirle amablemente a la mujer antes de decir gracias y hasta luego. Cuando sale a la calle pasa por un bar con sillas en la calle en el que siempre hay alguien, y observa a una pareja de amigos bebiendo sendos botellines verdes y riendo.
Unos kilómetros más allá, sobre un puente levadizo con vistas inmejorables, un chico y una chica intercambian miradas cómplices a través de las ventanillas del coche, justo cuando el semáforo se pone en verde y pisan el acelerador dejan de tener nada que decirse…

TEXTO: D

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