entía un hambre atroz, pero la comida me sentaba mal. Estaba muy cansado, pero no conseguía conciliar el sueño. Sentía necesidad de mis amigos, pero estaba muy alejado de ellos.
Pensaba muchas cosas entre vuelta y vuelta. Todos los horrores habían acudido a encontrarme esta vez, y que podía hacer yo más que quedarme inmóvil detrás de la manta y ver pasar por delante todos mis tormentos, cada uno con su cara horrible y sus gestos obscenos, arañándome la conciencia con sus uñas ennegrecidas.
Estaba seguro de estar volviéndome loco. Siquiera sentía mis pies en la tierra, y me preguntaba en que momento de mi vida había perdido el control. Y para llegar al origen tenía que retroceder mucho tiempo atrás, más allá incluso del alumbramiento.
Pero esas etapas yo no puedo rastrearlas ni ahondar en ellas. Son pequeños haces de luz en medio de una noche tétricamente oscura, flashes que de vez en cuando acuden para encandilarme. Y luego otra vez se hace la oscuridad, cuando se marchan las luciérnagas.
Estaba cansado de describir la vida en tonalidades grises, por más que a mí me pudiera parecer que esa es la realidad de las cosas. Que esta comida vital se sirve aún cruda, la fruta verde, y la bebida destempla el ánimo. Y que la felicidad dura muy poco, y que como voy a poner yo como meta final algo tan fútil, que lo mismo es que con las mismas deja de serlo. ¿Y cómo debo comportarme para ser una persona contenta consigo misma, a la cual no se le quiera autolesionar?
Sin embargo, el mundo externo es un hervidero de tiburones, de peces con aletas envenenadas, de focas desmesuradas y de delfines que juegan a mostrarse demasiado listos. Y que lo mismo me es confiar en los pececitos de colores que en las orcas asesinas. Es un lugar, en definitiva, en el cual uno no puede hallarse bien. Un espejo que refleja engañosamente según la necesidad. Más bien es un espejo resquebrajado y cada tesela refleja lo que le da la gana, con un poquito de verdad.
Esas fueron las impresiones que tuve antes de que cayera en los brazos de Morfeo y me indujera el sueño. Las ovejitas, por numerosas, habían empezado a salirse de sus rediles y brincaban y balaban fuera de las cercas en un hermoso día. Sólo entonces llegó la calma, solo entonces se hizo el silencio.
TEXTO: D
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