Con esta imagen de fondo me quedo. Porque contiene el toque extraño que le corresponde a este mensaje. Mensaje dentro de una botella, junto a una orilla varado.
Día soleado, nubes a medio camino de llegar a cubrir el cielo. Hay grupos de familias a nuestro lado pasando el día. Los niños se divierten entre castillos de arena y pirámides de Gizeh. Y hay perros sueltos que van de un lado a otro sin parar de correr. A mi lado esta Leo, sostiene entre sus manos una guitarra clásica. No les he dicho que no conozco a nadie que le pueda sacar más melodías a esas cuerdas. Y que aunque no tiene uñas, porque se las come, tampoco le hacen falta las púas. Estoy tumbado en la arena, y descalzo, con los ojos entornados. La claridad es abrumadora, el azul del cielo se funde con el mar, las gaviotas planean en el cielo. En mi muñeca brilla más que nunca mi pulsera de plata, y en mi dedo luce orgulloso el anillo de cinco hendiduras. El niño que hay dentro de mi amigo Mykee, ha empezado la construcción de tres pirámides faraónicas, muy pequeñas, bien alineadas, mientras su chica toma el sol boca abajo. Y mi vista está perdida en el horizonte, allí muy lejos entre los barcos de pesca. Mi cabeza vuela junto a las gaviotas por lugares remotos. De vez en cuando llegan hasta mí melodías de una canción demoledora, como traídas por el viento: Laura.
¿Y porqué?, ¿Cómo este nombre acude a mí en esta hora? Es por las iniciales que quedaron escritas en la arena, y porque la última vez que la tuve entre mis brazos fue en este mismo lugar. Y hoy el mar me afrenta de la misma manera que lo hizo entonces. Salvo porque el que ahora divisa el horizonte con los pies descalzos al borde de la orilla, no es el mismo que lo divisaba entonces. Y hoy, Poseidón, puedes decir orgullosos que todo ese elemento es tuyo, que me robaste lo que yo más quería, arrastrándolo mar adentro, llevándotelo muy lejos de mí. Pero hoy estoy preparado para caminar sobre tus aguas, para abrirlas, o para hundirme hasta la debacle, si ése es mi devenir. ¡Que me importa el saber que no tengo agallas suficientes para respirar bajo el agua!
Pero una mano se ha posado en mi hombro, justo cuando me decidía a partir, despertándome de mi ensoñación. Es la mano delicada de una muchacha joven que no llegará a la veintena, rubia, con el pelo rizado recogido en una coleta, con la sonrisa por saludo. Tímida pero valiente a la vez me pide papel. Le devuelvo una sonrisa, una sonrisa recién estrenada y que aún no me he acostumbrado a usar: ¡Claro!
TEXTO \ FOTOGRAFÍA: D
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