o voy a contarte que he cambiado porque es mentira, sigo siendo el mismo cretino de ayer con un poco más de criterio, con más astucia y con muchos menos escrúpulos. Tampoco he abandonado la vida que llevaba como me pedías, presa sigo siendo de mis vicios como también de mis virtudes; los miedos siguen acosándome en cada esquina igualmente, y oigo voces que aquí y allí maldicen mi nombre. Escucho las cenizas crepitar como si de un momento a otro fuera a renacer el Fénix de plumas doradas. Sin embargo eso no sucede, y así sigo mirando las ascuas eternamente sin atreverme a darlo por apagado. Y ese es el mayor de mis miedos, el momento en el que veas en lo que me he convertido.
Tu lucha, al igual que la mía, son platos que se van sirviendo fríos, y bajan por el estómago enfriando los intestinos. ¿Quién abandono antes a quien?, ¿Cuándo la mujer, cansada de esperar, termino por convertirse en golondrina? Y el hombre que vuelve a casa, al descubrirse abandonado, deposita en el suelo la espada, cae de rodillas y llora como un niño.
Ni que decir tiene, que no he podido olvidarme de tus ojos, ¿Cuándo fue la última vez que me miraron? Cuan preciadas son las cosas del pasado cuando ya no puedes tocarlas. Esa cometa que ondea en el cielo mecida por el viento, es menos bonita ya por el simple hecho de no poder alcanzarla, y no le quieres decir: ¡estoy aquí abajo, sigo vivo y mirando hacia arriba, suspirando por tí! Vivo al fin y al cabo, y aunque me asista la fuerza del mundo entero, sigo pensando en muerte.
Y ya que mis pies han caminado, ya no quieren volverse, solo caminan y caminan sin detenerse. No miran tampoco a los lados, las cosas bellas van quedando obsoletas y sin sentido, pues dependen mucho del valor que tú les des. La chica guapa y alegre, la de mayor valor es convertida por mí en un maniquí que no articula palabra, puesta de nuevo en un escaparate, y desde detrás del cristal, un viandante se ha detenido a observarla.
¿Y de la felicidad? ¿Qué hay de esa palabra? Dudo mucho que después de ti haya podido alcanzarla. Es cierto que si escribo es porque he vuelto a creer en mí. Y todo lo que puedo devolverte es un manojo de palabras. Palabras de oro hiladas con sumo cuidado. Yo se que tu no le das el mismo valor que yo. Que con esta tela que son las palabras tú no puedes cubrirte, ni aislarte del frío. Más, el mundo sigue girando, y entre acciones y reacciones voy consiguiendo mis metas, se me van abriendo muchas puertas, y aunque el miedo me empequeñece en valor, he aprendido a trabajar desde mi pequeñez y no sentirme ridículo. No te he dicho que me he convertido en un luchador formidable, y que mis debilidades me han permitido observar desde una perspectiva muy distinta a la común. Y ahora, fortalecido con el ímpetu del mundo, el enemigo se guarece en su caverna sin atreverse a sacar la zarpa, pues confundido, no sabe si voy o si vengo.
Y las cosas de siempre me siguen siendo fieles (acaso porque no le quedan más narices) y siguen donde siempre. Vivo en la misma casa de siempre, con mis padres y mis hermanos. Tú ya conoces a mi madre, y sabes que no era mucho de hablar con ella, mas ahora es mi interlocutora favorita, y me aconseja tan sabiamente que es imposible confundirme. Fueron sus manos las que me sujetaron cuando días después decidí lanzarme al vacío, al inmenso oscuro que hay dentro de mí, y rescató lo que se pudo, que fue casi todo, pero no todo.
Y también he vuelto a ser el que era con mis hermanos, de la oscuridad me traje las ansias de luz, y he vuelto a correr por los verdes prados de nuestra niñez, a cazar grillos con dos dedos, a construir cabañas, a lanzar piedras en los estanques y observar como se van formando las ondas.
Y ya voy terminando. Este verano no subiré a la Alpujarra, y quizás tampoco el siguiente, y no se cuando voy a volver. Tengo miedo de ser visto y que se diga de mí.
Quizás pasen los años antes de que volvamos a olernos, o quizás mañana, al ir a doblar una esquina me tropiece contigo, y veas ante ti, todo en lo que me he convertido.
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D
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