Un relato de ascensión

Frente despejada  esta quieta como si fuera la luna de octubre con sus mil caras. Sus ojos son dos focos blancos que refulgen en medio de la noche, como dos ojos de lémur.
El viento cae de poniente, las mano frías sujetan un cigarrillo. Me paro y me enfrento con la sombra que me sigue. Es El Señor Oscuro y con sombrero de fieltro.
Un último trago dije, y luego amanecí en esa nube de algodón. Iba en mi pequeño utilitario, lo único que recuerdo. Otros lo llaman el huevo, y es un huevo de cascara blanca y compacta con faros rojos, arañazos y abolladuras. Hace poco puse los recambios de dos luces fundidas y pastillas de freno. Todo salió por unos 60 pavos de los que no podía disponer. Pero supongo que la seguridad es lo primero, hay que saber dónde invertir.
En la carretera si eres conductor casi nunca importa demasiado el paisaje, sean los pájaros grandes o chicos en los postes del cableado eléctrico. Solo estas la máquina y tú, como una extensión del cuerpo. Y todo puede cambiar en cuestión de segundos. No lo sabes y entonces se avecina la tormenta, no estás preparado y entonces el bache; si es fuerte la tormenta apenas ves las líneas que delimitan la carretera pero el  coche se muestra irreductible y mientras cambias de marcha solo piensas en aquella ocasión en que...
Mil caras sigue ahí de pie, algo se le cae de la mano y se agacha a recogerlo. En este silencio se escuchan hasta los pensamientos de los demás. Primero uno y luego los otros. Recuerdo los días de niñez en que ascendíamos la montaña hacia el pueblo de veraneo. La carretera tiene tramos muy estrechos y serpenteantes y los molinos de viento con sus enormes aspas están girando a pie de carretera. Y sientes vértigo al toparte de lleno con una pala después de una curva cerrada. Allí ves la vida pasar como si fueras una jodida mariposita. Los enormes brazos mecánicos giran y dan vueltas, y al fondo, en lo hondo del valle, ves la cuenca de un rio de rocas.
El Señor Oscuro habla con voz grave, tiene sobre la mesa el sombrero de fieltro. Siempre he temido que este día llegaría. Desde hace mucho tiempo vengo preparándome para ello. He ido despojando el camino de responsabilidades, solo quedan los irreductibles. Separar el grano de la paja se me da bien. Las circunstancias y las decisiones lo hacían posible.
Frente despejada está ahí con sus mil caras. Es una negociadora hábil, no es una principiante, no es una cualquiera. Se tomara su tiempo y sé que no se va a rendir fácilmente porque yo mismo he negociado con ella, es como un perro de presa, una vez ha mordido ya no se suelta. Clava sus ojos de lémur como si fueran dos focos de coche con lámparas nuevas y no le tiembla la voz al hablar, desliza el mensaje con un hilo de voz apenas perceptible para el oído.
En la mañana es fortuito el tañido de las campanas al amanecer que le despiertan a uno, las golondrinas han vuelto un año más y vociferan y vuelan cerca del campanario. Las tomateras prenden en el arriate con fuerza y el madroño anuncia sus primeras flores. Y el manzano de hoja amarillenta ha reverdecido y la mama dormita bajo el sombrajo de la parra; y sobre la mesa hay dispuesto un sombrero de fieltro.

Fin

tEXTO: D

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