La breve historia de una llavecita extraviada

ue estas llavecitas yacen tiradas en el suelo, lóbregas y solitarias, diminutas entre las hendiduras del enladrillado. Y que brillan tenuemente en tanto la gente transita. Las veo allí tiradas, aferradas a una argolla, y siento la terrible tentación de recogerlas, sin embargo paso de largo sin inmutar el gesto, sin detener el ritmo, mirándolas de soslayo, ladeando la cabeza un poco en su dirección. En estos detalles creo que sólo reparamos las urracas (Pica pica) y yo. ¿Qué tesoros guardaban a buen recaudo? ¿Y como va a abrir el\la que las haya perdido? ¿Las echara de menos el candado? Estas dudas me surgen mientras giro en la primera esquina, luego se me ocurre escribir sobre este episodio, porque el sol va cayendo en la tarde Sevillana y con las gafas de sol aún puestas cada vez se va viendo menos; y porque las flores rojas en los balcones, en continuo contraste con el blanco de las paredes y el azulino del cielo, me producen tremenda emoción, me evocan muchos sentimientos encontrados; sobre todo las que sobresalen desde la azotea al exterior, parecen observar con curiosidad al viandante.

Ahora que he perdido el miedo al camino y al compromiso, ahora que transito entre vericuetos y sendas más o menos seguras; me decido a escribir de nuevo, tras una leve crisis de identidad que me ha tenido apartado de la escritura, que nunca de la lectura, tarea en la cual siempre estoy inmerso. Pero el tiempo también apremia. Me queda poquito tiempo de dispersión en el día para actualizar, y a veces estoy cansado y no se me ocurre siquiera abrir el portátil y mecanografiar. Sin embargo estoy dichoso, me encuentro bien porque estoy ocupado, y porque el no tener tiempo para pensar hace que se vaya creando lentamente un pozo, un poco de estrato que se va depositando en el fondo de uno que luego sirva de sinrazón para escribir. Tampoco es que supiera sobre que hacerlo, y ando bastante escaso de inspiración. La musa no me ha visitado en los últimos tiempos, apartada ha estado de mi, parece ser que quiere que camine solo en mi dirección. Y ahora he vuelto, como despierta uno de un sueño profundo, encontrado por aquella llavecita que quien sabe que tesoros guardaba. Allí se queda a la intemperie, ora llueva y ora se levante la ventisca. En estas calles angostas por las que transito todo parece estar en calma. Me gusta la gente de esta ciudad, tal vez nunca fui mas que una sombra errante y solitaria que andaba pegada a los altos muros de la ciudad, dispersando mis pensamientos por doquiera, pasando junto a los geranios y las bugambilias en flor, cuyo fondo no es otro que los antiguos campanarios de las iglesias, que cada cierto tiempo marcan las horas.

Ayer volaban raso las palomas, bajaban al suelo y picoteaban las migas de pan y yo volvía cuando los mirlos, a primeras horas, graznaban escurridizos entre los arriates de mi barrio. Hoy ya no voy pegado a los muros ni a las hileras de coches, pero sigo atento a los acontecimientos e invoco a la musa que se me aparece de tarde en tarde en forma de detalle. Hoy ha sido en forma de llavecita extraviada en mi camino, mañana quién sabe qué, cuando y dónde.

tEXTO :D

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