
Hoy caminaba cuando ya caía la tarde, el sol pegaba con gran fuerza, y una mujer salía llorando de un hospital, se tapaba la cara con la mano, y un hombre sostenía la puerta mientras ella salía. Unos metros calle adelante otro hombre, sentado en la terraza de un bar, a pie de calle, se giraba yéndose a encontrar con mi mirada justo cuando yo pasaba. Me he apartado y él ha seguido observando a la mujer que llora.
De la copa de algunos árboles caen flores de color violeta y de otros amarillas, y un insecto diminuto me pica en el brazo al pasar por debajo, el sol irradia con fuerza, obligándome a agachar la mirada y entrecerrar los párpados.
Hay un hombre tirado a la sombra de un soportal con la mano extendida que se lamenta y pide. Pienso para mi el decirle: “levántate y camina” pero creo que eso no es ya posible. Me censuro por haber engendrado este tipo de pensamiento absurdo.
Paso al lado de lo que queda de un acueducto romano, rescatado del olvido y que ahora luce majestuoso, sostenido por una enorme estructura de hierro, fundidos en un abrazo fraternal, entrañable. Hay también una hilera de bancos de piedra, y sentada en uno de ellos, en él primero, una chica habla despreocupadamente por el móvil. No sé porqué; pero me viene a la mente la otra escena que he tenido oportunidad de contemplar con anterioridad, minutos antes en la ventanilla de información de un hospital, esperando mi turno. Era una mujer de mediana edad, entrada ya en los treinta sin llegar a rozar los cuarenta, que se encontraba de espaldas a mí, y parecía nerviosa. Dijo que era diabética y que tenía que hacerse algunos análisis. Preguntaba con voz temblorosa a un tipo con uniforme verde que se encontraba detrás de un cristal. La mujer apuntaba en un papel la información que le iba dictando el joven del traje verde, que cada vez se iba poniendo más nervioso. Sin embargo, se tomaba su tiempo para responder a esta mujer, con una gran humanidad, una humanidad envidiable que ya quisiera yo para mí. ¿Saben qué?, que detrás de esa línea azul que separa los turnos, la cual no debo trasvasar, empiezo a sentir que soy yo el que mantiene esa conversación, que soy yo el que tiene que hacerse el jodido análisis, que no se donde estoy, que necesito saber a dónde tengo que ir…y me voy poniendo irremediablemente nervioso. Pero ahí permanezco, quieto como si en esa quietud me fuera la vida, inmóvil, inanimado, escuchando la conversación, sin querer molestar a esta desconocida a la que no voy a ver la cara.
Ahora son cerca de las siete y media de la tarde, la acera está llena de flores con forma de trompeta, el sol irradia sin clemencia, quema la piel, obliga a agachar la mirada, a entrecerrar los ojos. El semáforo en rojo espera a pasar a verde, los edificios acristalados proyectan enormes sombras y los viandantes esperan firmes, en bicicletas y a pie, conduciendo carritos de bebé, proyectando también sus sombras en la lejanía, anticipándose a la entrada del verano, que ya va abriéndose paso con una ferocidad implacable, a dentelladas.
tEXTO :d
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