
Casi en su totalidad son historias de parejas insatisfechas que flirtean con amantes, que llevan una vida azarosa y frívola, y a no ser porque son personas brillantes y tienen éxito en sus respectivos trabajos no se podría entender una convivencia así.
En los casos en los que la mujer le es infiel a su marido, casi siempre es a un tipo anulado, sin coraje ni carisma, acomodado y dominado por su pareja, que balbucea al hablar y ni siquiera termina las frases porque es interrumpido continuamente por sus interlocutores, incapaz de tomar una decisión por si mismo, teniendo que recurrir al consejo de gurús de la autoayuda o, en su defecto, refugiándose en lo profundo de sus convicciones religiosas en el caso de que las tenga, siempre chapoteando en la superficie con la amenaza de irse al fondo y ahogarse. A veces han caído bajo el yugo de la tiranía de sus propios hijos adolescentes, de sus jefes en el trabajo, de sus vecinos, sin tiempo para si mismos, con hermanos que hacen recaer también su peso sobre él. Asemejan a una patata caliente a punto de reventar, un kamikaze que recorre sus últimos metros antes de inmolarse. Se les ve llorar como críos frente a un abogado obscenamente gordo al que le aprietan los anillos, se ajustan las gafas preocupados mientras atienden el teléfono y se sirven vasos de whisky con la mano temblorosa; y se los beben de una sentada mientras de fondo gira un disco de música clásica. Suelen estar plagados de dilemas morales, quieren seguir un camino de rectitud en sus vidas pero en el fondo terminan por desear a la mujer del vecino, casi siempre más joven que ellos, bastante sexy, con la que sueñan, fantasean y se masturban.
En cuanto a las mujeres, tras su fachada de seguridad, suelen esconder una realidad mucho mas resquebrajada; son también inseguras y aunque no balbucean, suelen hablar a trompicones, gritan, gesticulan y pierden los nervios con demasiada frecuencia. Algunas de ellas pretenden arreglar los desperfectos que han provocado el paso de los años en su físico a golpe de bisturí. Buscan lo que ya no encuentran en sus maridos, con los que no tienen feeling; y tampoco es que sientan especial atracción con sus amantes, tan sólo parecen querer huir de una realidad que se les escapa de las manos, como quien aprieta con demasiada fuerza un puñado de arena, como si hubieran perdido el control de sus vidas y se precipitaran como la caída de una catarata a cualquier abismo, sin medir los riesgos, arrastrando torrente abajo con todo lo que se ponga en su camino.
Conviven sus propios dilemas con la organización de su casa. Indagan como pueden en los problemas de sus hijos pero sin éxito, formulan preguntas que casi siempre obtienen una callada por respuesta, en la comida sorben cabizbajos la sopa de fideos mientras de fondo se escucha la televisión.
Y entonces, en una vuelta de tuerca, el apuesto amante de ella se da cuenta un día de que su mujer flirtea con otro, algo en lo que nunca ha reparado; y se echa las manos a la cabeza y llora, pero sus ojos no sueltan lágrima alguna, así que sus parpados se mantienen inmaculadamente secos.
El que engaña es a la vez engañado, de esta forma parece querer cerrarse, al fin, un círculo vicioso en el que todos pierden y ninguno gana.
tEXTO Y FOTOGRAFÍA: D
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