Certezas y descalabros

El cielo había abierto sus cortinajes ya entrado el mediodía, de tal modo que los encajes habían dado lugar a un cielo azul celeste en el que las nubes se difuminaban en el fondo, la luz incidía con fuerza, los bares habían sacado las mesas afuera y recogido los toldos, y esas estufas de gas con forma de champiñón que sirven para calentar a pie de calle estaban preparados.
Miraba a través de la ventana los “molinillos” metálicos del edificio de enfrente, coronando los tubos de ventilación, que giraban y producían destellos. Me recordaban vagamente, y no se porqué, las tardes de verano, aunque en mi habitación, y más en los pies, se hacía sentir el frío.
Por la mañana, había estado en la calle a primera hora haciendo algunas gestiones, el suelo estaba mojado, el cielo encapotado. No había tardado demasiado, tan solo 23 minutos es lo que había durado la entrevista de trabajo. Era una chica rubia mi interlocutora, hablaba ligero, con determinación, como si hubiese repetido esa disertación cientos de veces. Yo no había preparado la entrevista, había surgido de un día para otro, así que no me preocupé demasiado. La sondeaba, ella me miraba a los ojos a través de las lentes de mis gafas y no los apartaba. Yo la escuchaba con atención, con detenimiento, y rara vez miro fijamente a los ojos, aunque esto no denote nada bueno de uno, al menos eso dicen. Me mostré lo más calmado que pude, eso se me da bastante bien, simular y disimular. Lo curioso es que no pude hacerme con un perfil de ella, quiero decir, que tenía la sensación de que yo era un insecto atrapado en una telaraña y ella un arácnido maravilloso que avanzaba hacia mi para atraparme entre sus quelíceros, en fin ¿no es esto un despropósito para alguien que busca trabajo? Pues bien, me dijo que le había gustado mucho el diseño y el formato de mi CV, que ella había visto muchos de ellos y ninguno le había parecido tan interesante como el mío. Le aclaré que era diseñador gráfico y que cuanto menos intentaba aplicar mis conocimientos a la vida cotidiana; entonces me preguntó por mi edad, le dije los años que tengo y curiosamente resulto que ella tenía los mismos.
Y ya para terminar nos despedimos y al salir me tendió la mano, lo hacía de una manera un poco peculiar, tan solo me ofreció la punta de los dedos con todo el recato del mundo, como si tuviese el recuerdo de una vez pasada en el que alguien no midió suficientemente la fuerza y se los hubiese aplastado, en fin, esa fue la sensación que me llevé…a mi también me los han aplastado alguna que otra vez.
Luego caminaba de vuelta a casa, embutido en mi chaqueta gris oscuro y mi bufanda a cuadros, tras mi primera entrevista de trabajo. Un perro, un chuchillo que no levantaba una cuarta del suelo, estaba atado en una farola a las puertas de un supermercado y ladraba, ladraba mucho mientras esperaba al dueño, la dueña o lo que fuera que estuviera esperando. Me recordó al mío, que es otro que todo el día se lo pasa ladrando. El semáforo se había puesto en rojo para los peatones, y mientras esperaba y los coches se ponían en marcha, mientras observaba los restos de un acueducto romano, tuve la certeza de que ese trabajo no era el que yo buscaba.

tEXTO & FOTOGRAFÍA: D

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