Halos en la niebla

Solía bajar corriendo colina abajo, sin detenerme, dejando atrás un halo de risas, con los brazos abiertos en cruz. A veces la carrera se interrumpía bruscamente contra el suelo, tras un traspié. No es que se tratara de los mejores días de mi vida aunque si que fueron modelando mi personalidad a base de cincel, hasta el punto de que hoy puedo reconocerme gracias a la viruta que una vez fui.
Diría que fueron a cuenta de todas aquellas veces en la que me dí de bruces, de todas aquellas ocasiones en las que tuve que levantarme del barro mientras los demás reían.
¡Y que maravillosas sonrisas lucían en sus rostros aquellos chiquillos compañeros míos¡ No es la soledad tan esquiva y huraña como la describen, por el contrario, ella me imbuyó de fuerza, y consiguió sacar de todas aquellas sonrisas traviesas algo bueno. No se, tal vez el afán de superación, la sensación de estar de nuevo en pie, con la intención de volver presto a la carrera y rodar una vez y otra por el suelo antes de volver a estar de nuevo en píe; y un día al fin alcanzar la cabeza de carrera, allí donde se encuentran los mejores, los que corren a una palma sobre el suelo, los que han aprendido a levitar…
Eran aquellos días en los que la competición de la vida ponía a prueba la agilidad de nuestros miembros, cual potrillos sabaneros estrenando sus cuerpos recien nacidos, y que ensayan con movimiento eléctricos cabriolas imposibles, vereda abajo, sin más razón que el hecho de correr, de sentir el aire entrando por la nariz, el corazón yendo al galope, en el frenesí de la vida. Como cuando los peces saltan fuera del agua y vuelven a caer tras un leve chapoteo. Creo que lo hacen para reafirmarse, para decirle al mundo: bajo este cielo y el siguiente, aquí reino yo.
Me quedaba en el suelo intentando controlar la respiración durante breves instantes, en tanto que el corazón volvía a la normalidad, con el cielo abajo girando levemente. A mi lado algún que otro rezagado se recuperaba a mi par, buscando las bocanadas de aire que le faltaban. Si he de decirlo, siempre hubo alguien que corriera a mi lado. Dicen que uno "sólo puede volverse realmente fuerte si tiene algo importante que proteger" y ahí me deslizaba yo entre las olas de esa marea humana, como marabunta avanzando por doquier, saltando de colina en colina, en los profundos valles deslizándonos entre el centeno. En la penumbra iluminados por la luna.
Y es verdad que hace mucho que dejé de correr. Mis pies hicieron el camino que transcurre hasta aquí. Soledad ha decidido que así sea, Esperanza me dice que haga buen uso de su nombre, y eso hago, ahora que, al fin, vislumbro los picos en las cumbres y las nubes me quedan a ras de suelo.

tEXTO: D

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