Jarro de flores: la amapola

Redon
‘Jarro de flores: la amapola’
(después de 1895)
MUSEE DU JEU DE PAUME
PARÍS
Óleo sobre tela, 27 x 19 cm.

bREVE BIOGRAFÍA\\ Odilon Redon nació en Burdeos, en 1840. A los siete años, fue llevado a París para visitar el Louvre. Cuando llegó a los quince años, había decidido ser artista. Mientras tomaba sus primeras lecciones de acuarela, conoció al botánico Clavaud, quien estimulo en Redon un interés por la Naturaleza que influyó en él durante su vida entera. En 1857, estaba estudiando arquitectura y escultura en Burdeos. En 1858, estudió en París con Gérôme, circunstancia no muy afortunada. El mismo año, Redon conoció a Besnard, el aguafuertista, y éste le alentó para que aprendiera esta técnica. En 1870, Redon se instaló en Montparnasse, donde sus amigos más íntimos fueron Corot, Courbet, y Fantin-Letour. La influencia de este último en la obra de Redon fue profunda; llevó a Redon a El Louvre y le dio sus primeras lecciones de litografía. En 1880 Redon se casó con Camille Fargue, criolla de la isla de Bourbon, con la que tuvo dos hijos. Su vida familiar fue idílica. El éxito de Redon llego tarde, pero fue considerable, y críticos como Huysmans, le ensalzaron enormemente. En 1899, Durand-Ruel organizó una grana exposición “Hommage à Odilon Redon”. Redon compró una casita en Bièvres, cerca de París, y vivió allí desde 1909 hasta su muerte, en 1916, llevando una vida tranquila y meditativa, leyendo y pintando.

Aunque Redon vivió y trabajó durante el gran periodo impresionista, estilísticamente sus obras son distintas de las de sus contemporáneos. Hombre soñador y retraído, busco su inspiración de puertas adentro en vez de al aire libre, de flores en jarros más bien que de las que crecían en los campos. Existen docenas de cuadros de flores debidos a Redon. ‘Jarro de flores: la amapola´, un ejemplo típico, es uno de los más hermosos. El color es exquisito en contraste, en pureza de tono y en fidelidad a la naturaleza. Las frágiles amapolas tienen una calidad que casi se puede palpar, lo mismo que la etérea gipsófila, la consuelda de pesada corola y las frescas hojas verdes. El fondo queda difuso, como el que podría percibir los ojos de un hombre interesado principalmente en las manchas de color de las flores en si, y en las brillantes sombras que producen en el jarrón que las contiene.

tEXTO: extracto de "Cien obras maestras de la pintura"

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