Cartas a un joven poeta (II)

VI
Roma, 23 de diciembre de 1903

(...) Si le angustia y le tortura el pensar en la infancia, en la sencillez y quietud que con ella van enlazadas —porque usted ya no sabe creer en Dios, que está presente en todo ello—, pregúntese entonces a sí mismo, querido amigo, si es que de veras a perdido a Dios. ¿No será más cierto que nunca lo ha poseído aún? Pues ¿cuándo habría podido ser? ¿Cree usted que un niño pueda tenerle a Él, a quien sólo con gran esfuerzo logran llevar los que ya son hombres, y cuyo peso doblega a los ancianos? ¿Cree usted que si alguien lo poseyera de verdad, podría jamás perderle como se pierde una piedrecita? ¿No le parece más bien, como a mí, que quien lo poseyese, ya sólo podría ser perdido por Él?...Ahora bien: si usted reconoce que Él nunca se halló en su infancia, y que antes tampoco fue; Si llega a sospechar que Cristo fue deslumbrado por su inmenso anhelo, y Mahoma engañado por su gran orgullo; si con espanto siente que tampoco ahora está presente, en este mismo instante en que de Él estamos hablando, ¿con que derecho pretende entonces echarlo de menos, a Él que nunca fue, como a un ser que hubiese pasado y desaparecido? ¿Y que le autoriza a buscarlo como si se hubiera perdido? ¿Por qué no piensa más bien que Él es Aquél que aún ha de venir, el que desde una eternidad está por llegar: El Venidero, fruto supremo de un árbol cuyas hojas somos nosotros? ¿Que le impide proyectar Su nacimiento hacia los tiempos por venir? Y ¿qué le priva de vivir su propia vida, como se vive un día doloroso y bello en la larga historia de una magna preñez? ¿No ve cómo todo cuanto acontece es siempre un comienzo? Y ¿no podría ser esto el principio de Él, ya que todo comenzar es en sí tan bello? Si Él es El Más Perfecto, ¿no ha de precederle forzosamente algo menos grande, para que Él pueda elegir su propio ser de entre la plenitud y la abundancia? ¿No debe Él ser El Último, para poder abarcarlo todo en sí mismo? ¿Que sentido tendría nuestra existencia si Aquél a quien anhelamos hubiera sido ya?...

Así como las abejas liban y juntan la miel también nosotros extraemos de todo lo más dulce para edificarlo a Él. Podemos iniciarlo también con lo ínfimo. Con lo que menos presencia tenga: siempre que suceda por amor. Con el trabajo y luego con el reposo. Con un silencio. Con una pequeña y solitaria alegría. Con todo cuanto realicemos solos, sin partícipes ni seguidores, iniciamos a Aquel que no alcanzamos a conocer, como tampoco nuestros antepasados pudieron conocernos a nosotros. Sin embargo, esos que hace tanto tiempo pasaron, están aún dentro de nosotros. Como depósito, herencia y fundamento. Como carga que pesa sobre nuestro destino. Como sangre que bulle, y como ademán que se alza desde las profundidades del tiempo. ¿Hay algo que logre arrebatarle la esperanza de llegar algún día a estar del mismo modo en Él, que es El Más Lejano, El Supremo?... (…)

Su
Rainer María Rilke

tEXTO: extracto de 'Cartas a un joven poeta' \ Rainer María Rilke

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