
Con mi tercer botellín empezaba a sentirme “piripi”, la alegría nacía en lo hondo de mí ser y se expandía hasta enlazar con todos mis sentidos, alcanzando así el éxtasis. Entonces miré mi mano, y en mi dedo anular ya no refulgía el anillo de cinco hendiduras, le había perdido la pista, y ya no lo encontraría. Sentía la necesidad de verlo en mi mano desnuda una última vez, y experimentaba cierta nostalgia al haber perdido tal objeto, como si una parte de mí se marchase con él: —hasta aquí hemos llegado, ahora nos separaremos, todo lo que tenía que darte, ya te lo he dado— me dice. Supe que nunca más lo encontraría, acaso se fue sin despedida, como el que se marcha de un sitio al que ama y se siente umbilicalmente unido, y del cual resulta embarazoso despedirse sin que las lágrimas le asalten a uno los ojos. Dicen que el repliegue, el retroceder, el dar marcha atrás es una de las tácticas más complicadas en el arte de la guerra. Y sin embargo, para mí se ha convertido en algo habitual, como el contar uno, dos tres, cuatro y cinco. No es un secreto, suelo usar la práctica de tierra quemada en estos casos, nada queda tras el retroceso, siquiera la presencia de un estado anterior.
A veces, en esta huida precipitada, he ido perdiendo piernas, brazos, dedos, porciones de alma en el camino, pero todo lo que ha ido quedando atrás no han sido más que despojos que de una u otra forma debe uno desprenderse. Tal vez con la mutilación, la pérdida, uno se hace más fuerte en si mismo, y lo que queda son las partes más eficientes de nuestra fisonomía, las articulaciones de élite.
Y bueno, estando embriagados por el espíritu de la navidad, periodo de paz, está de más hablar de guerras y miserias, de modo que, volvamos a la senda.
Caminaba ya de vuelta, esquivando charcos en el camino, ahuyentado por los “flashes” en la lejanía que se aproximaban peligrosamente, el viento zarandeándome como a un monigote, y entonces tuve esta visión: todo estaba teatralmente oscurecido. Un paraguas rojo refulgía de luz delante de mí, una persona bajo él caminaba con pasos presurosos, la lluvia caía desde el frente, obligándome a bajar el paraguas, y cuando lo volví a levantar, delante de mí no encontré a nadie… yo estaba solo.
TEXTO: D
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