Carta a la mujer encantadora

Te conocí hace un tiempo, ya no se cuanto, y conocer es un decir porque nunca nos hemos visto en persona, quizá, alguna vez en foto.
Yo navegaba por la red sediento, hambriento y necesitado de no sé que. Creo que fue porque estaba aburridísimo, era verano, pleno Agosto, y las calles estaban desiertas y el asfalto, a cuarenta grados en la sombra, a punto de derretirse. Entonces entré en aquel foro, a intentar reventar las conversaciones, los ligues, y demás movidas de los internautas, como si de un ente travieso y maléfico se tratase.
Y te conocí. Eras muy hábil con el teclado, dabas respuestas sensatas y rápidas, quiero decir, no formabas parte de aquella masa informe que me encontré. Yo tenía que amagar, retroceder sobre mis propios pasos, driblar. Nos hicimos íntimos enemigos, ¿sabes que se aprende más de los enemigos que de los propios camaradas? Tú me odiabas o así me lo pareció, o me lo hiciste saber. Y yo, por supuesto, otro tanto de lo mismo. Entonces yo creía ser El Pescador que lanza el sedal, y se recuesta sobre su bote a esperar que un pez descuidado muerda el anzuelo… pero si picaron, tú no estabas entre ellos.
Entonces sucedió que dejamos de leernos por un tiempo, o al menos yo ya no te encontraba, dejaba rastros aquí y allá con la esperanza de que los leyeses; y me los respondían gentes cualesquiera, a menudo creía ser yo el pececito descuidado que desafortunadamente había mordido aquel anzuelo invisible.
Encontrándome ya desesperado, un día apareciste ente las olas y me dijiste –Hola–. –hola– te respondí con una sonrisa en los labios. Y subiste a aquel botecito y charlamos distendido bajo el cielo inmenso y sus nubes, y las aves daban giros sobre nuestras cabezas, y el botecito en el ancho mar no parecía más que una cáscara de nuez, y el tiempo se había detenido.
Desde entonces te he vuelto a leer una o tres veces más, siempre con el tiempo contado. Y cada vez menos expectante, he de confesar, como el que se ha acostumbrado, durante algunos meses, a que en el cielo no se ponga el sol.
Y bueno, ya me voy despidiendo, querida Pole, te agradezco la oportunidad que me brindas de poder expresarme, y de defenderme, y de esquivar, y de retroceder, y de huir si es necesario. Ya no deseo ser El Pescador del que hablé líneas arriba, tan sólo deseo que donde encontré mar siga habiendo mar; y que el anzuelo que muerda, si es que he de morderlo, al menos merezca el sedal sobre el que se sostiene.
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Foto extraída de: barquito de papel agradecimientos a: Polemika

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