El niño y el pez

En un estanque, junto a unas rocas, un niño con las manos metidas en el agua se entretiene con un pececillo que nada en las tranquilas aguas de la vida. Si, un pececillo, moteado y alargado, que se desliza entre sus dedos y juega a trazar mil formas entre ellos. Su juego me parece alegre. Es un día templado de marzo y, su juego me resulta de lo más alegre. Cierra los ojos, contiene la respiración durante 2 segundos, e imagina ser un pececillo trazando formas con agradable soltura.
Abre de repente los ojos y se incorpora, el zumbido de una mosca ha debido interrumpir su concentración. Vuelve a meter las manos en el agua, cierra los ojos nuevamente. El agua continúa templada, como la mañana, el día trae notas musicales distintas y se siente flotando en la inmensidad de un océano. Su estanque ya no posee las mismas dimensiones –piensa al principio, sin darle mayor importancia. El lugar, sin duda, es distinto. Debe haber echo muchas millas hasta llegar allí, trata de recordar y no puede, busca los límites de su nuevo estanque y observa como, nadando hacia delante y luego hacia atrás, no puede alcanzar nunca el final. Debe tratarse de otro lugar –advierte. Prefería su estanque con sus límites, sus mañanas calidas de antaño y aquellas notas musicales que tan buen recuerdo le traían.
Abre los ojos y se incorpora voluntariamente. Es tarde, las rodillas se le han quedado dormidas. Mamá me llamará pronto para la comida, hay que darse prisa -piensa. Introduce, una tercera vez más, las manos en el agua. El sol ya está muy alto, el agua está un poco más fría y el fondo se encuentra removido. Cierra los ojos y se concentra: su cuerpo se funde en la oscuridad de las aguas nocturnas. Empieza a sentir como la corriente ha dejado de transportar notas musicales y agita con virulencia su cuerpo. Cientos de peces agolpados en la desembocadura de un río tratan de remontarlo: el agua es turbia y arrastra sedimentos que le golpean por todos lados. Llegado un momento comprende que es su turno; su temor crece, su corazón así se lo comunica. Toma un poco de espacio, un escalofrío recorre su cuerpo. En el momento justo salta un palmo del agua con el impulso de tres corceles negros, su corazón late descontrolado: el infinito lo espera.

TEXTO: B

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