El hombre que abre surcos

Por mi ojo izquierdo se desprende la primera lágrima del llanto, en la yema del dedo pulgar de mi mano izquierda tengo la cicatriz de una herida, en mi oreja izquierda llevo un pendiente, en mi muñeca una pulsera, y en mi dedo anular un anillo (el anillo de cinco hendiduras) al caminar cojeo mas por este lado que por el otro, nada sucede de especial al otro lado de mi cuerpo.
Camino por la calle, esquivando viandantes, coches y motos. Veo como trabajan las cuadrillas de obreros, algunos comen un bocadillo sentados en la acera, apoyando la espalda en un muro. Antiguos comercios que conocí ahora se dedican a otras labores o han cerrado, y van cambiando las calles en un frenesí sin igual. Veo fruterías a pie de calle, floristerías que con su colorido invitan a uno a la poesía. Me tropiezo con un antiguo mito erótico de mi niñez, a la cual hace años que no veo, pasea con un niño o niña dentro de un carrito. El tiempo no ha pasado en balde para ambos, ahora ya no es el mito que era, ya no produce el morbo que antaño, pero sigue teniendo ese aire mágico de la idolatría, un tanto macerado.
Camino como digo escuchando música en mis cascos, como una banda sonora de mi vida; deteniéndome en los semáforos, esquivando a los viandantes. Llego a una plaza medio vacía que en unas horas estará llena, cuando se acerque el mediodía. De momento esta plaza está vacía, con las flores cayendo por los ventanales, tan sólo para mi, a mi entera disposición. Atravieso ahora una calle en la cual hay mujeres apostadas a lo largo que parecen esperar algo que no acaba de suceder, con la falda muy corta, con el escote muy pronunciado, insinuantes. Tan sólo me da tiempo a darme cuenta de lo que se trata cuando ya no tengo tiempo de dar marcha atrás, pero tampoco lo haría, no tengo nada que temer ni nadie de quien escapar.
Entro en una zapatería, le pido al muchacho que la atiende que me cambie el par que llevo por un número menos: el 41. El muchacho muy amable accede, el proceso sólo dura unos instantes, gracias -le digo-, por la amabilidad. Al salir, y en el bar de enfrente los bohemios toman café mientras leen el periódico, pasando las hojas muy despacito, con la pierna cruzada. De vez en cuando levantan la cabeza y discuten con el de al lado con respecto a una noticia. Pienso en lo del Alakrana, el buque atunero retenido por piratas somalíes, debe ser eso de lo que discuten airadamente. Camino de nuevo, toda mi vida es caminar, abriendo surcos, por una acera estrecha sin querer bajarme, como un equilibrista en su cuerda, deleitándome con el juego que entonces encuentro tan divertido. Desemboco en un mercadillo en plena calle, con un montón de puestecitos alineados el uno junto al otro. Me detengo en uno que está lleno de cómics de la Patrulla X, los observo, dudo, se acerca el hombre, le pregunto, me hace una oferta que no puedo rechazar, me llevo el pack de diez. Camino entre la barabunta de gente, ajeno a todos ellos, sin querer mezclarme, como el aceite y el agua, flotando en la superficie. Creo reconocer a una conocida, y cuando la tengo al lado me doy cuenta de que estoy en lo cierto, hago como que no la he visto, no quiero detenerme: no la saludo.
Camino de vuelta por otro camino que el de ida, las calles me parecen distintas, encuentro puertas donde antes sólo había muros, camino alegre, como un chiquillo con zapatos nuevos, con los deberes hechos, habiendo sacado un diez en mi último examen, pues yo no soy de dieces, a lo más que aspiraba era a seises o sietes, ya ven, yo siempre he sido un mediano.
Por las calles estrechas de mi niñez voy caminando, sin detener el ritmo, esquivando ancianitos, motos, coches y bicicletas; con mis deberes hechos, con mi diez escrito con bolígrafo rojo dentro de un círculo. Voy ideando el comienzo de este texto, no voy ya caminando, he empezado a flotar como a dos palmos sobre el suelo, se me desata el cordón de mi pie izquierdo, me detengo, me agacho y los ato. Cuando llego a mi casa y entro a mi cuarto, enciendo el ordenador, me pruebo los zapatos, miro los cómics. Ordeno todos mis pensamientos, sonrió.
Fuera, tímidamente, ha empezado a llover.
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D

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