Detrás de esa puerta no hay salida

o sintió apenas nada, tan sólo un agudo pinchazo en el vientre, las manos le temblaban, la inmensidad le esperaba tras el salto.
Muchos fueron los pensamientos que se cruzaron por su mente, muchas alegrías y pesares acudieron al encuentro. La corbata serpenteaba sacudida por el viento, quiso quitársela como preámbulo de su plena libertad, siempre tuvo la impresión de haber sido estrangulado por el sistema, el sistema de los valores y el doble rasero de la moral.
Había temido la llegada de este momento, y ahora, a sus 34 años había visto las orejas al lobo, atormentado como estaba por la presión asfixiante, por el callejón sin salida en el que había entrado. Todo un embudo.
Se había levantado muy temprano, besado la frente de su mujer mientras ella aún dormía, desayunado café con leche y un croissant. Había cogido las llaves del coche, llenado el depósito de gasolina, conducido hasta su puesto de trabajo. Había discutido con su jefe, un tipo grande y arrogante con mirada de ogro, y aún más; su hocico era el de un jabalí.
No había terminado de desanudarse la corbata cuando a su mente acudió un recuerdo: era la imagen de su madre que lo acechaba; y él se encontró siendo un niño sentado sobre sus piernas otra vez. Recordó con cuanto amor su madre le había acurrucado, las nanas con voz suave: “todo lo que ha de subir, tiende a la vez a caer” le había susurrado; recordó sus manos ásperas, curtidas en mil labores. Recordó también la primera vez que conoció a Celia, cuando sólo tenía 21 años, en los enormes pasillos de la universidad, con pilares nervados que se elevaban hacia la cúpula y los grandes ventanales enrejados por los que se colaban los rayos de luz; y luego en el aula, y luego también en la cafetería. Recordó el primer beso y la composición del ramo de flores que le había regalado, orquídeas.
Supuso entonces, que si él se marchaba ella podría reanudar su vida, que aún era joven y guapa; todo se solucionaría tras su salto, que el hueco dejado por un árbol caído lo ocupa rápidamente una nueva semilla.
Vio como el cielo se tornaba rojizo, esto, los cielos rojizos en los atardeceres otoñales siempre le causaron profundo goce, pues parecía como si el cielo estuviera compuesto por miles de pétalos de rosa, que avanzaban por doquiera impulsados por el viento.
Ahora ya sin corbata, libre de amarres y pesares, no quería retrasar lo inevitable. Saltó como un Ángel, cayó sobre la superficie cristalina y se hundió en ella, aguantó la respiración un instante y luego volvió a subir dando unas brazadas. Desde abajo hacia arriba vio la estructura del trampolín y la corbata serpentear en lo alto, la camisa y los pantalones. Se sumergió de nuevo y salió, el agua estaba templada.

TEXTO: D

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