Cartas de ida y vuelta

a pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos, se abrió un paréntesis entre nosotros, con puntos suspensivos, tal vez nunca debió ocurrir así, a mi pesar dejo en manos del destino la posibilidad de que este paréntesis pronto se cierre, y podamos, tal vez, vernos y sobrellevarnos.
Supe porque me lo dijeron que has estado bien, y aunque parezca que no, he deseado con todas mis fuerzas que todo te fuera bien en mi ausencia; ya se, el mundo no está ahora mismo como para tirar cohetes, sólo parecía un poco mejor cuando caminábamos el uno a la par del otro. ¿Te acuerdas que te decía que quería construir un imperio? Bien, la verdad es que parece poco probable que esto llegue a producirse algún día, la revolución aún busca salida desde dentro de mí, y no tiene forma definida, he pensado que tal vez deba desistir, como con todo, ya sabes, la pérdida de un perdedor acostumbrado.
Lo de las ‘otras’ está muy parado, si bien he tenido en mis manos la oportunidad de iniciar una relación, la he dejado pasar como si tal cosa; pensaba que mi corazón volvería a latir con normalidad tras el paso del tiempo, pero no ha ocurrido así, en cierta forma, se ha encerrado más si cabe sobre sí mismo, y no se hasta que punto se puede llegar a sentir con él a pleno rendimiento; parece que la crisis también ha llegado hasta este extremo.
¿Te sigo queriendo? Esta pregunta me la he formulado y reformulado hasta el hartazgo, y sinceramente no puedo darle respuesta fiable; parece que se ha quedado estancado este sentimiento en mí, quedándose en un stand by temporal que me produce terrible desazón. Pensarás de mí que soy un inadaptado y un llorón, pero si lloró Boabdil cuando perdió Granada, ¿porque no iba a hacerlo yo con la persona a la que he querido? Además, eso de que los hombres no lloran está en desuso, tonterías de los hombres-máquina, y no se quien se ha inventado eso, yo lloro cuando me viene en gana.
Y todos los días, sin fallar uno sólo, ha venido a visitarme tu recuerdo hasta lo alto de mi ventanal, desde donde diviso este paisaje de edificios de ladrillo rojizo, cristaleras y copas de árboles.
Cuando decía que no se muere de amor, no sabía cuantificar el significado verdadero de esa frase, y es cierto, en realidad una porción de uno mismo muere con el abandono, acaso lo mejor que se tiene; o se muere del todo. Pensaba que sería cuestión de días o meses que me acostumbrase a esa agonía, la de no estar a tu lado, mi vida paralela, incluso me pudo la idea de que en mis siguientes reencarnaciones, no te volviera a encontrar nunca más. En ese sentido prefería hacerme a la idea de que habías muerto, pero solo es por mi cobardía y mi desidia; he conocido a muchos otros que si han sabido sobrellevarlo, aunque se que son enfermos crónicos como yo, que necesitan de vacunarse continuamente para no decaer.
Sabes que cuando uno toma una determinación y sube a ese tren, es casi imposible apearse en plena marcha, ¡porque ese tren nunca se detiene! Y en verdad que fueron un suplicio los primeros meses y los consecutivos años. Fue como entrar en un invierno crudo, en una noche que se hace eterna; en años en los que no luce el sol como debería, la comida más sabrosa se torna insípida, la risa es lacónica y artificial, y el brillo de mis ojos había desaparecido, tal vez para siempre. Estuve sin estar, con la única compañía de mis amigos, mi mente no era una compañía aconsejable para mi mismo y estuve a punto de volverme loco, si es que aún estoy cuerdo, cosa que no me atrevo a asegurar.
A día de hoy he vuelto a la vida, si es que puede afirmarse tal cosa; lo que era agua en turbulencia, se ha posado para convertirse en una poza de superficie cristalina. Tal vez en ese estado, pueda uno verse reflejado sin miedo a la imagen que se devuelve, y se recobre el brillo de los ojos y el aliento; o tal vez es que en el transcurso de mi viaje se me ocurrió la idea, que al fin y al cabo tampoco sería tan descabellada, de saltar de ese tren en marcha en el que me encontraba; y al levantarme de entre los matojos con los huesos molidos al lado de los raíles, haya encontrado el camino de vuelta a la vida añorada, la vida verdadera, que siempre transcurrió paralela a la tuya.
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D

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