Ensayo, error, acierto

is amigos me apreciaban entre sus filas porque yo era terrible como enemigo; era un experimentado rastreador, un ávido estratega, un confidente sin igual el cual no abría la boca por el miedo que tenía a demostrar que era estúpido. ¿Lo era? Tal vez si y tal vez no…aprendí a no hablar si no era estrictamente necesario, siguiendo fielmente el proverbio que tanto repetía mi madre refiriéndose a algún miembro de la familia, el cual decía: “quien mucho habla mucho yerra”
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Perdón que os elimine, del lomo de mi perro, dichosas pulgas, pero es que tengo que hacerlo. Él me lo agradecerá cuando la oportunidad se presente, en tanto, vosotras, conformaros con lo que habéis picado. Ya voy a por el ungüento, iros despidiendo de vuestras pertenencias, no quiero haceros más daño que el justamente necesario, no soy el mal personificado, soy el hombre al cual debéis de temer tan sólo un poco.
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Que estupidez más grande la de mirarte y no decirte nada, en un silencio prolongado, esperando que la levedad del ser nos haga sostenibles. (En realidad muero de ganas de abrazarte, y decirte al oído lo mucho que te quiero, pero debo guardar la compostura, me prometí que nunca lo haría)
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Aquel muñeco roto, cuyas piezas queréis recomponer con vuestras propias manos, se recompone él así mismo. Todos esos músicos enmudecen atónitos ante el espectáculo. Algunos con las palmas siguen el ritmo, ¡el ritmo de una orquesta marcada sólo por un hombre!
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