Olvidando olvidé

lvidar que te quise implicó renegar de mí mismo; y el cargo de conciencia me acompaña desde entonces, como el fiel guardián de una causa perdida. Nunca supe si actué acertadamente, pero siempre he cargado con ese peso, como un lastre, el cual es incomodísimo de portar, y más aun: me impide volar.

Hoy se que no estaba del todo equivocado, ¿Qué era aquello? Un sueño, un sueño alegre del que no quería despertar, una ilusión somera. Y hoy soñé con el lugar donde descansa y observa El Señor de los Mundos Oníricos. Paseaba por una escalera, ¿Subía o bajaba? Ambas cosas, como en los cuadros imposibles de Escher, buscaba algo, perseguía una ilusión, caminaba suspendido del techo, lo que luego se convertiría en el suelo o la pared. Caminando, caminando llegue al centro neurálgico, el centro del todo y a la vez del nada; que era la copa de un árbol gigantesco, desde la cual partían todas las ramas-camino. En lo más alto, la copa del árbol llena de musgo, con forma de sillón; era donde se sentaba El Señor de los Mundos Oníricos, a descansar. Y ahí me quedé pensativo, durante un rato, temiendo que de un momento a otro fuera a llegar dicho Señor a ocupar su puesto vigilante; pero no le dio tiempo a llegar, el despertador sonó unos minutos antes.

Olvidarme de lo que una vez fui, de mis deseos, de mis emociones, de mis recuerdos, de mi pasado. Recordar que soy por encima de las circunstancias y aún a pesar de ellas; renegar de ti, no era tan fácil como parece. Una mitad de mí dijo basta, la otra quería continuar por el camino que conduce a un precipicio, arrastrándose por entre el pedregal, agarrándose a tus pies. El camino se desvaneció como una ilusión; el puente de lianas que había por entre el precipicio sobre el que caminabas se fue deshaciendo a cada paso que dabas. Y yo simple mortal, quedé tendido sobre el camino, ahogándome en mi propio llanto. Aquel día una parte de mi murió, sobreviviendo sólo la que dijo basta, la que renunció, la que abrió de par en par las puerta de la jaula y tendió un puente de oro, la que se cubrió de oscuridad y pronunció entre dientes un trémulo:

"Sea yo maldito, dejad que vaya por mi camino oscuro, y empezad a preocuparos por vosotros mismos"


Y aún la luz desea la vuelta de su hijo perdido, el cual dijo basta, y caminó solo y atormentado, sin poder encontrarse más que al contraluz. ¿Quién soy yo? Me preguntaba, ¿Qué represento? ¿Qué fuerzas del destino me traen hasta aquí? ¿Por qué yo y no otros? ¿Soy acaso la reencarnación del espíritu de Napoleón que aún habita en la isla de Santa Helena? ¡Oh, duras jornadas de meditación y de éxtasis!, casi me están volviendo loco. ¿Qué voy a dejar para cuando llegue a viejo y las experiencias adquiridas sean un cúmulo de desatinos, las cuales me vuelvan verdaderamente tarumba? Lo que haya de ser, será, y lo sabrás a su debido tiempo se me ocurre como única respuesta, aunque acaso el tiempo de esperar haya acabado, dando lugar al tiempo de las revueltas y las pequeñas revoluciones.
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D

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