El hombre abominable

a primera vez que trascendí al hombre había bebido lo que ya no es bebible. Había alcanzado el sumo grado, las cotas más altas a las que aspira el alma. No me hicieron falta largas jornadas de meditación y de ayunos; y tampoco hube de pronunciar ninguna palabra mágica, ni lacerarme. Vino en mi busca como la muerte huele al difunto, como el buitre encuentra la carroña, como el desenlace le sucede al nudo. Me había encontrado en medio de una trifulca. Era yo el que partía vasos, el que rompía al fin las cuerdas que le sujetaban, el dragón durmiente había despertado de su letargo, para temor de los despiertos. ¿Y como es que yo había acudido a encontrarme en tales circunstancias? Mi bautizo de fuego era más de fuego que nunca, y no había forma de volverse atrás. Vosotros los que me conocéis, y a los que yo no desconozco en absoluto, estabais conmigo. Y sabéis que siempre he sabido contenerme al borde del abismo, como el embalse contiene el agua, lo indecible, que mis muros no fueron los mejor construidos para dicha misión, pero muros eran al fin y al cabo, y para algo hubieron de servir.

Y he de pediros perdón por mi despertar a la vida autentica, y por ser de manera tan brusca. Que los golpes den paso a un nuevo día, en el cual ya no quepa temor en nuestros corazones. Que ya no se tema el salir a pasear con las manos fuera de los bolsillos, y que uno no haya de mirar hacia atrás por sentir los pasos presurosos del que nos sigue demasiado cerca. Porque ha llegado el momento en el que uno deja de sentirse como una presa simple ante los ojos del mundo. Pues yo mismo soy una potencia al fin. Perdonadme también por haber abandonado mi cuerpo en tales circunstancias, habiendo os abandonado a vosotros también en esa lluvia de golpes. Podéis considerar en mi un loco, un loco demasiado desatado para llamarle a la razón, un Don Quijote extraño y alienado en medio del siglo Veintiuno. Y en lugar de enfrentarme con molinos de viento, lo que hice fue enfrentarme con ídolos de tobillos de barro. Ellos dan golpes fuertes si te cogen desprovisto, pero cuando llega la contra...

Se bien que la sangre llama a la sangre; y que no me abandonasteis porque sois mis hermanos. Y pude ver en vuestros ojos el miedo a lo abominable. Yo el hombre de bien, el niño bueno, el que no rechista, el que no quiere que el fondo de sus ojos sea visto, era al fin un hombre caído en desgracia. Y es normal que tardarais en encontrar en mí de nuevo el hombre anterior a la gran Hecatombe, y que mi mirada perdida no buscara el calor de vuestros ojos. Avergonzado estaba de mí como no podéis imaginar. Pero del inframundo y de mi caída libre me traje un nuevo ideal. Ví con mis propios ojos el reflejo de quien yo era en realidad, con mis manos toque su rostro. No hube de preguntarme más quien era yo ante los ojos de la gente. Ese acaso fue uno de mis errores capitales. El haberle concedido poderes sobre mí a quien no lo merece.

Permitidme deciros ahora mis hermanos, que de nuevo soy punta de lanza, de nuevo el halcón que otea sobre la planicie; que de nuevo la paloma baja del cielo a dejar un nuevo mensaje. Trae en su pico la ramita verde de olivo tras la espera de cuarenta días de viaje. Y este sólo es el principio.

TEXTO: D

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