oy privado de fe y no puedo entonces ser feliz porque el hombre que corre el riesgo de temer que su vida sea un vagabundeo absurdo hacia una muerte cierta no puede ser feliz. No recibí como legado ni Dios ni punto fijo en la tierra donde yo pueda llamar la atención de un Dios: tampoco me legaron el furor disfrazado del escéptico, los ardides de Siux del racionalista o el candor ardiente del ateo. Entonces no me atrevo a criticar ni a ése que cree en cosas que sólo me inspiran duda ni a ése que cultiva su duda como si no estuviera tampoco rodeada de tinieblas. Esta crítica me alcanzaría a mí mismo, porque estoy seguro de una cosa: la necesidad de consuelo que conoce el ser humano es imposible de saciar.
Por lo que a mí me respecta, acoso el consuelo como el cazador acorrala la caza. Dondequiera que creo percibirla, disparo. A menudo, sólo alcanzo el vacío, pero de vez en cuando, una presa cae a mis pies. Y, como sé que el consuelo sólo dura el tiempo de un soplo de viento en la cima de un árbol, me apresuro a adueñarme de mi victima.
¿Que tengo entonces entre mis brazos?
Puesto que soy solitario: una mujer amada o un compañero de viaje desgraciado.
Puesto que soy poeta: un arco de palabras que me da felicidad y temo lanzar.
Puesto que soy prisionero: una visión repentina de la libertad.
Puesto que estoy amenazado con la muerte: un animal vivo y caliente, un corazón latiendo de manera sarcástica.
Puesto que estoy amenazado con el mar: un arrecife de granito duro.
Pero también hay consuelos que vienen a mí sin que los haya invitado y que llenan mi habitación de murmullos odiosos: soy tu placer – ¡amalos todos! Soy tu talento – ¡úsalo tan mal como a ti mismo! Soy tu deseo de goce – sólo viven los gourmet. Soy tu aspiración a la muerte – ¡entonces corta!
El filo de la navaja es muy estrecho. Veo mi vida amenazada con dos riesgos: por un lado, con las bocas ávidas de gula, del otro con la amargura de la avaricia que se alimenta de ella misma. Pero quiero negarme a elegir entre la profusión y la ascesis, aunque para todo esto tenga que sufrir el suplicio de la quemadura de mis deseos. Según mi opinión, no basta con saber que, ya que no somos libres de nuestros actos, todo es disculpable. Lo que busco no son excusas para mi vida, sino exactamente lo contrario de las excusas: ¡el perdón! Por fin se me ocurre la idea de que cada consuelo que no tome en cuenta mi libertad es engañoso, que sólo es la imagen reflejada de mi desesperación. En efecto, cuando mi desesperación me dice: “no te fíes, porque cada día sólo es una tregua entre las noches”, el consuelo falso me grita: “¡ten confianza, porque cada noche sólo es una tregua entre dos días!”.
Pero la humanidad no necesita para nada un consuelo en forma de ocurrencia: necesita un consuelo que ilumine. Y quien quiera volverse malo, es decir, volverse un hombre que actúa como si todas las acciones fueran defendibles, debe por lo menos tener la bondad de reconocerlo cuando lo alcanza.
Nadie puede enumerar los casos en los cuales el consuelo es una necesidad. Nadie sabe cuando se caerá el crepúsculo y la vida no es un problema que pueda ser solucionado dividiendo la luz por la oscuridad y los días por las noches; es un viaje imprevisible entre lugares que no existen. Puedo, por ejemplo, andar por la orilla y sentir de repente como la eternidad desafía horriblemente mi existencia en el movimiento perpetuo del mar y en la huida perpetua del viento.
¿Qué es entonces el tiempo, sino un consuelo para el hecho que la muerte es lo que es más cercano de la vida? ¡Y que consuelo más miserable, que sólo nos recuerda lo que quiere que olvidemos!
Puedo llenar todas mis páginas blancas de las combinaciones de palabras las más hermosas que pueda imaginar mi cerebro. Dado que quiero asegurarme de que mi vida no es absurda y de que no estoy solo en la tierra, reúno esas palabras en un libro y lo regalo al mundo. En cambio, éso me da la riqueza, la gloria y el silencio. ¿Pero qué puedo hacer yo de este dinero y que gusto puedo tener en contribuir al progreso de la literatura? Lo único que deseo es lo que no tendré: confirmación de que mis palabras alcanzaron el corazón del mundo. ¿Qué es entonces mi talento, sino un consuelo para el hecho que estoy solo? ¡Pero que consuelo más espantoso, que me hace simplemente sentir mi soledad cinco veces más!
Puedo ver mi libertad encarnada en un animal cruzando rápidamente el claro de un bosque y escuchar a una voz que susurra: “vive simplemente, coge lo que deseas y no tengas miedo de las leyes”. ¿Pero qué es éste buen consejo sino un consuelo para el hecho que la libertad no existe? ¡Pero que consuelo más despiadado para quien se le ocurre que el ser humano necesita de millones de años para hacerse un lagarto!
Para acabar, puedo darme cuenta de que esta tierra es una fosa común en cual el rey Salomón, Ofelia y Himmler descansan uno al lado del otro. Puedo concluir que el verdugo y la desgraciada gozan de la misma muerte que el sabio y que la muerte nos puede hacer el efecto de un consuelo para una fracasada. ¡Pero que consuelo más atroz para el a quien le gustaría ver la vida como un consuelo para la muerte!
No estoy dotado de una filosofía dentro de la cual me podría mover como el pez en el agua o el pájaro en el cielo. Lo único que tengo es un duelo, y este duelo se libra a cada minuto de mi vida entre los consuelos falsos, que sólo acrecientan mi impotencia y hacen más profunda mi desesperación, y los verdaderos que me llevan a una liberación temporal. Quizá deba de decir “el verdadero” porque, en verdad, sólo existe un único consuelo que sea real para mí: el que me dice que soy un hombre libre, un individuo inviolable, un ser soberano dentro de sus límites.
Pero la libertad empieza por la esclavitud y la soberanía por la dependencia. La seña más cierta de mi servidumbre es el miedo que tengo a vivir. La seña irrevocable de mi libertad es el hecho de que mi miedo deje el sitio a la alegría tranquila de la independencia. Parece que necesito la dependencia para poder, al final, conocer el consuelo de ser un hombre libre, y es por supuesto la verdad. A la luz de mis actos, veo que mi vida entera parece haber tenido como único destino mi propia desgracia. Lo que debería de traerme la libertad me trae la esclavitud y las piedras en lugar de pan.
Los demás hombres tienen otros amos. Por lo que a mí me respecta, mi talento me hace esclavo de no atreverme a usarlo, por miedo a que lo haya perdido. Además, soy tan esclavo de mi apellido que apenas me atrevo a escribir una línea, por miedo a perjudicarlo. Y, cuando por fin llega la depresión, también soy su esclavo. Mi deseo más grande es de agarrarme a ella, mi placer más grande es sentir que todo lo que valía yo radicaba en lo que creo haber perdido: la capacidad de crear belleza a partir de mi desesperación, de mi repugnancia y de mis debilidades. Con una alegría amargada, deseo ver mis casas caerse y verme a mí mismo sepultado bajo la nieve del olvido. Pero la depresión es una muñeca rusa y, en la última muñeca, se encuentran un cuchillo, una hoja de afeitar, una ponzoña, una agua profunda y un salto en un hoyo grande. Acabo siendo el esclavo de estos instrumentos de muerte. Me siguen como si fueran perros, a menos que sea yo el perro. Y me parece comprender que el suicidio es la única prueba de la libertad humana.
Pero, llegando de una dirección que no sospecho todavía, aquí se acerca el milagro de la liberación. Esto se puede producir en la orilla y la misma eternidad que hace poco suscitaba mi espanto es ahora el testigo de mi accesión a la libertad. ¿En que consiste este milagro? Simplemente en el descubrimiento súbito de que nadie, ningún poder, ningún ser humano, tiene derecho a enunciar, contra mí, exigencias que debilitan mi deseo de vivir. Porque si no existe este deseo, ¿qué puede entonces existir? Como estoy en las orillas del mar, puedo aprender del mar. Nadie tiene derecho a exigir del mar que lleve todos los barcos, o del viento que infle todas las velas. Asimismo, nadie tiene derecho a exigir de mí que mi vida consista en ser prisionero de ciertas funciones. Como los demás hombres, debo tener derecho a momentos en los que pueda dar un paso hacia el lado y sentir que no soy únicamente parte de esa masa que llamamos la población del globo, pero también una unidad autónoma.
Sólo es en tal instante que puedo ser libre respecto de todos los hechos de la vida que, antes, han originado mi desesperación. Puedo reconocer que el mar y el viento no dejarán de sobrevivirme y que la eternidad se preocupa poco por mí. ¿Pero quien pide que me preocupe yo por la eternidad? Mi vida es breve sólo si la pongo en el tajo del tiempo. Las posibilidades de mi vida son limitadas únicamente si cuento el número de palabras o el número de libros que me dará tiempo hacer salir a la luz. ¿Pero quien pide que cuente? El tiempo no es el patrón que le conviene a la vida. En el fondo, el tiempo es un instrumento de medidas sin valor porque sólo alcanza las labores avanzadas de mi vida.
Pero las cosas importantes que me suceden y todo lo que da a mi vida su contenido maravilloso: el encuentro con un ser amado, una caricia sobre la piel, una ayuda en un momento crítico, el espectáculo del claro de luna, un paseo en barco de velas, la alegría que le damos a un niño, el escalofrío en frente de la belleza; todo eso se desarrolla aparte del tiempo. Porque importa poco que encuentre la belleza por espacio de un segundo o por espacio de un siglo. No sólo la felicidad se sitúa al margen del tiempo sino también niega cualquier relación entre éste y la vida.
Entonces, alzo de mis hombros la carga del tiempo y, a la vez, la carga de las hazañas que exigen de mí. Mi vida no es algo que tengamos que medir. Ni el salto del cabrito, ni la salida del sol son hazañas. Una vida humana tampoco es una hazaña, pero es algo que crece e intenta alcanzar la perfección. Y lo perfecto no realiza una hazaña sino que lo perfecto obra en estado de reposo. Es absurdo pretender que el mar haya sido hecho para llevar armadas y delfines. Ciertamente, lo hace pero conservando su libertad. También es absurdo pretender que el hombre haya sido hecho para otra cosa que vivir. Ciertamente, construye maquinas y escribe libros, pero podría hacer cualquier otra cosa. Lo que importa es que haga lo que hace con toda libertad y en conciencia de que, como cualquier otro detalle de la creación, él es un fin de por sí. Esta fundado en sí mismo como la piedra esta colocada en la arena.
Incluso puedo liberarme de la potencia de la muerte. Es verdad que no puedo liberarme de la idea que la muerte me pisa los talones, ni siquiera negar su realidad. Pero puedo segar la amenaza que constituye absteniéndome de atraer mi vida a puntos de apoyo tan precarios como el tiempo y la gloria.
En cambio, no detento el poder de quedarme perpetuamente vuelto hacia el mar y de comparar su libertad con la mía. El momento llegará cuando tenga que volverme hacia la tierra y enfrentarme a los organizadores de la opresión cuya victima soy. Lo que estaré obligado a reconocer es que el hombre le dio a su vida formas que, por lo menos en apariencia, son más fuertes que él. Siquiera con mi libertad reciente descubierta, no puedo truncarlas, no puedo suspirar bajo su peso. En cambio, entre las exigencias que gravitan sobre el hombre, puedo ver cuales son absurdas y cuales son ineluctables. Según mi opinión, una especie de libertad esta perdida para siempre, o para mucho tiempo. Es la libertad que proviene de la capacidad de poseer su propio elemento. El pez posee el suyo, igual que el pájaro y el animal terrestre. Thoreau aún tenía el bosque de Walden; ¿Pero dónde esta ahora el bosque en cual el ser humano pueda demostrar que es posible vivir en libertad a parte de las formas cuajadas de la sociedad?
Estoy obligado a contestar: en ninguna parte. Si quiero vivir libre, tengo de momento que hacerlo por dentro de estas formas. El mundo es entonces más fuerte que yo. A su poder, no puedo oponerle nada más que a mí mismo, pero por otro lado, es considerable. Porque, mientras no me deje abrumar por el número, soy yo también una potencia. Y mi poder es temible mientras pueda enfrentar la fuerza de mis palabras a las del mundo, ¡porque el que edifica cárceles se expresa menos bien que el que construye la libertad! Pero mi potencia no tendrá más límites el día en el que sólo me quede el silencio para defender mi inviolabilidad, porque ninguna hacha puede capturar el silencio vivo.
Este es mi único consuelo. Sé que la recaídas en la desesperación serán numerosas y profundas pero el recuerdo del milagro de la liberación me lleva como una ala hasta un fin que da vértigo: un consuelo que sea más que un consuelo y más grande que una filosofía, es decir… una razón para vivir.
Stig Dagerman, 1952.
__
¡Hola a todos! Aquí vuelvo con la traducción de un poema sueco que descubrí aquí en Francia gracias a uno de mis grupos favoritos, el cual le puso música al poema. Una verdadera proeza, hay que decirlo!! Ya que la canción dura unos 20 minutos...de encanto!!
¿Que decir mas? Simplemente que quería compartir esto con vosotros, los que conozco y echo de menos como los que no conozco (y entonces todavía no echo de menos, jiji :D), ya que estoy segura de que, por lo menos a unos de vososotros, les va a encantar este texto...
Pero, puesto que este grupo tiene su propio estilo y que a todo el mundo no le puede gustar (además me parece muy francés el estilo jejeje), y que no encontré la traducción española...la hice yo :D con mucho gusto y amor...del arte!! jejeje. Disculpad amigos si quedan faltas...serán a pesar mío...y cuento con vosotros para corregirlas (para eso os dejo el archivo, si lo consigo;))
¡!Disfrutad!!
Aprovecho ese momento para mandaros besitos, amor, fuerza y paz... os llevo en el corazón!!
Ju
me parece un texto demasiado humano y con tremenda lucidez, excelente, me encanto!!
ResponderEliminarblace