Táctica & estrategia

Bueno, la verdad es que el otro día me “graduaron”, fue más o menos como esto. ( perdón por la publi );
Y he pasado a disponer de todo el tiempo del mundo. Así es que si antes casi no encontraba tiempo para currarme las entradas, ahora me va a desbordar por todos lados; y mientras no se me ocurra alguna idea maravillosa y me reinvente, o se me abra otra puerta, esto me mantendrá ocupado durante el verano y alejado de pensamientos negativos.
Como decía, sentía un poco de pena por la gente que dejaba atrás. Uno, aunque lo intenta con tesón, no consigue del todo mimetizarse con la piedra y mantenerse ajeno al mundo: a veces los sentimientos mandan y el cerebro, aunque se niegue al principio, al final termina por resignarse.
Les decía esto porque entre esas personas que quedaban atrás había una chica que me llamaba la atención, vaya…una tia “Great”, un ideal de mujer. Siempre he intuido que cuando estaba a su lado sucedía algo raro dentro de mí, una especie de ruidillo interno casi imperceptible que iba transformando poco a poco mi manera de comportarme. Al principio me negaba a reconocer ese sentimiento que empezaba a fluir a través de mí. Me decía que eso no podía ser, que no iba conmigo, como si contra eso se pudiera hacer algo; y ahora, con mi marcha, se revuelven como cola de dragón todos esos momentos en los que me refrené. Tampoco es que me contuviese del todo, intento ser una persona correcta y todo eso; siempre que he podido he dado lo mejor que hay en mi, y con ella en concreto he ido unos pasos más allá.
Pensará el lector que el aquí presente peca un poquito de meloso. En cierta manera es así, más no me importa, el lector puede seguir pensando lo que quiera al respecto. Pero a lo que iba, el texto siguiente lo compuse mientras trabajaba allí y se ha ido quedando atrás en tanto que surgían nuevas ideas.
Lo expongo aquí para hacerme a la idea y cerrar este ciclo que queda atrás; cerrar la tapa del libro, dejar caer la cortinilla, el “The end
La verdad era que aquello me había superado, se me había ido de las manos y de nuevo era pasto de las llamas. El viento había insuflado y esparcido las brasas por doquiera, y yo era un coloso difícilmente controlable.
La verdad es que nada de lo que había formulado la razón como cortafuegos había servido de freno a su avance, y entonces no era capaz siquiera de sostenerme ante la mirada de la valquiria, y cuando estaba a su lado sentía dentro de mí una congoja inesperada y bastante difícil de dominar.
La verdad sea dicha, es que ya no me preocupaba atajar aquel sentimiento reprimido, dejaba que prosiguiese su avance devastador, sin preocuparme demasiado por el devenir de los acontecimientos, solo dejaba que sucediese, obstinadamente, sin inmutarme, tal vez para sentirme vivo dentro de mí. Y cuando en horas intempestivas me llegaba su imagen, no ofrecía mayor resistencia y me sumía en la meditación. En aquellos instantes no eran las estrellas las que tiritaban en el firmamento, sino que eran mis propios ojos las que las hacían oscilar.
Había comprado un reloj rojo (el color rojo es uno de mis favoritos), a juego con las mejillas de la valquiria. Ella quizás se preguntase el porque de todo aquel colorido, y se mantenía ajena hablando y riendo con mis demás compañeros, mientras yo, en una esquina de la mesa, mordía con destemplanza un trozo de pan. Me mantenía en silencio rumiando mi desesperación, intentando desarrollar una estrategia adecuada, como si en esto valiesen de algo las tácticas y estrategias. Se suele decir: "quien la sigue la consigue"; mas, eso carece de toda lógica para mí, pues yo pienso que lo que haya de ser para mí, lo será independientemente de las circunstancias en las que se produzca.
Y en mis instantes más íntimos en que era incapaz de pensar en otra cosa me dejaba llevar por ensoñaciones más o menos quiméricas, fantasías a medio camino entre la alucinación y el éxtasis. Así sucedían mis días, uniéndose el uno con el otro y el otro con el siguiente, como eslabones de una cadena, como peldaños de una escalera. Había dejado de sentirme lobo y solitario, era cierto. Y a mi lado emergía aquella hermosa florecilla de pétalos carmesí y tallos delicados; y yo era una abeja sin panal, un desterrado hijo de Adán, en permanente búsqueda, siempre en vuelo, siempre en vilo.

tEXTO: D

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