Aspectos cotidianos (17/ )

Entre mis escritos ocupa mi Zaratustra un lugar aparte. Por medio de esta obra he hecho a la humanidad el regalo más grande que hasta ahora aquélla hubiera recibido. Este libro, cuya voz atraviesa milenios, no es sólo el libro más elevado que existe, el auténtico libro de las alturas —el que deja a la cosa humana a un abismo de distancia por debajo de ella —sino que es, por lo demás, el más profundo y el que ha nacido de lo más íntimo de los tesoros de la verdad, y una inagotable fuente a la que ningún cántaro podría descender sin colmarse de oro y de bondad.
No es el “profeta” el que habla en estas líneas, uno de esos siniestros híbridos apestados de lepra y de voluntad de poder a los que se llama fundadores de religiones. Nada de eso; es preciso ante todo oír la nota exacta de esa voz; es necesario comprender que se trata de un canto alciónico, para no ser despreciablemente injustos, con el sentido de sus sentidos. “Las palabras más silenciosas son las que aporta la tempestad. Los pensamientos que rigen el universo vienen con pasos de paloma.”
Los higos caen de los árboles, son buenos y dulces; y en tanto caen, su roja piel se abre. Un viento del norte soy yo para los higos maduros: Así, como los higos, cae esta enseñanza hasta ustedes, amigos míos: ¡Beban su jugo y consuman su dulce carne! Es el otoño el que nos rodea, y el cielo puro y la tarde.
No es un fanático el que les habla, aquí no se “predica”, aquí no se exige “fe”; desde una infinita plenitud de luz y desde los abismos profundos de la felicidad, va cayendo gota tras gota, palabra tras palabra, una dulce lentitud que confiere su ritmo a este discurso. Y sólo los elegidos vendrán a escucharla; es un privilegio sin par el poder escucharlo aquí; ya que no está dado a cualquiera comprender a Zaratustra; sin embargo, ¿todo esto no haría de Zaratustra un seductor? Escuchemos entonces lo que él mismo dice cuando por primera vez regresa de su soledad. Exactamente lo opuesto a aquello que cualquier “sabio”, “santo”, “salvador del mundo”, o cualquier otro decadente hubiera dicho. Y no es sólo su palabra la que difiere, sino él mismo…
¡Ahora yo me voy sólo discípulos míos! ¡También ustedes se irán ahora solos! Así lo quiero yo. En verdad éste es mi consejo: ¡Aléjense de mí y cuídense de Zaratustra! Y aun mejor: ¡sientan vergüenza de él! Tal vez los haya engañado. El hombre de conocimiento no sólo tiene que poder amar a sus enemigos, también debe ser capaz de odiar a sus amigos. Se recompensa mal a un maestro si se permanece siendo siempre su discípulo. ¿Y Porqué no se ha deshojar mi corona? Ustedes me veneran, es cierto, ¿pero que sucederá si un día tal veneración se derrumba? ¡Cuídense de que no los aplaste una estatua! ¿Y dices que crees en Zaratustra? ¡Que importa Zaratustra! Ustedes son mis creyentes. ¡Que importan todos los creyentes! No se habían buscado aún a ustedes mismos: cuando me encontraron a mí. Así es como proceden todos los creyentes, por eso es que vale tan poco toda fe. Ahora les ordeno que me extravíen a mí y que se encuentren a sí mismos; y sólo cuando todos hayan renegado de mí volveré entre ustedes…

En este día perfecto en que todo madura y no la uva, no lo único que toma un color oscuro, un rayo de sol acaba de caer en mi vida: he mirado delante de mí, y nunca he visto de una sola vez tantas y tan buenas cosas. No ha sido en vano haber sepultado hoy mi año cuarenta y cuatro, tenía el derecho de hacerlo, —y lo que en él había de vida ya está a salvo, y para siempre—. La transmutación general de los valores, los Ditirambos de Dionisio, El ocaso de los ídolos, y mi tentativa de una filosofía a golpes de martillo me han sido obsequiados por este año, o mejor dicho, este último trimestre. ¿Cómo acaso no sabría agradecer a toda mi vida? Y así es como me cuento a mí mismo mi propia existencia.

TEXTO: extracto de ‘Ecce Homo’ \ Friedrich Nietzsche FOTOGRAFÍA: D

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