
Las moscas, la única compañía segura que conoce, revolotean por la habitación como Pedro por su casa, justo un momento antes de que alguien entre por la puerta y sacuda una camiseta con la violencia necesaria para deshacer la reunión. Acto seguido se sirve una buena taza de café acompañada de una tostada de tomate y a continuación teclea algunas palabras en el ordenador, palabras desordenadas que en nada le sirven para expresar lo que de verdad siente, pero que de alguna manera cogen forma de alas de mariposa y salen por la ventana en un intento vano de conseguir la libertad. —¿Y que es la libertad?— se pregunta ajustándose las gafas y poniendo cara de fusilado. Libertad es…
Sobre la mesa desordenada se amontonan los papeles, tijeras, revistas, fundas de gafas, mecheros que si pudieran hacerlo contarían, alguna que otra anécdota acerca de su dueño, pero ya se sabe que los objetos no hablan; o al menos así debería ser. Alguien algunas veces escucha voces y no sabe de donde provienen. Unas veces la voz proviene de la punta afilada de la tijeras al chocar contra el suelo, otras del crujir de una pata de silla; y otras, éstas las menos, cree escuchar voces que provienen de su mismísima mollera.
Y a veces, cuando ve surgir de debajo de la cama sombras que se alargan como manchas de petróleo por la habitación y las luces parpadean incesantes no sabe si es fruto del ciego que lleva o del hecho de haber cruzado, hace ya algun tiempo, el umbral que separa la cordura de la locura, y no sabria responder. En ambas circunstancias el se encuentra cómodo, como si intuyera la dualidad de su ser; que para algunos es motivo de respeto y para otros de pánico e incertidumbre, pues al darle la mano no saben a ciencia cierta a quien le están estrechando la mano…
TEXTO: D
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