lA ANÁBASIS O EXPEDICIÓN DE LOS DIEZ MIL, TAMBIÉN LA
RETIRADA DE LOS DIEZ MIL Y LA MARCHA DE LOS DIEZ MIL (EN GRIEGO CLÁSICO
Ἀνάβασις SIGNIFICA "EXPEDICIÓN HACIA EL
INTERIOR") ES UN RELATO DEL HISTORIADOR GRIEGO
JENOFONTE, DISCÍPULO DE
SÓCRATES, QUE PARTICIPÓ COMO AVENTURERO Y POSTERIORMENTE COMO COMANDANTE EN LA
EXPEDICIÓN. EN ELLA SE NARRA LA EXPEDICIÓN MILITAR DE CIRO EL JOVEN CONTRA SU
HERMANO EL REY DE PERSIA ARTAJERJES II, Y EL POSTERIOR INTENTO DE RETORNO A LA
PATRIA DE LOS MERCENARIOS GRIEGOS QUE ESTABAN A SU SERVICIO, TRAS LA DERROTA Y
MUERTE DEL MISMO CIRO.
Libro VII

"Los soldados se enteraron de lo que ocurría. Y Neón fue
diciendo que Jenofonte, después de haber convencido a los demás generales,
tenía el propósito de engañar a los soldados y de volverles al Fasis. Al oír
esto los soldados lo tomaron a mal, y aquí y allí surgieron reuniones y
corrillos. (Era muy de temer que ocurriese algo como lo sucedido a los heraldos
de los colcos y a los inspectores de los víveres: cuantos no pudieron huir al
mar fueron lapidados). Cuando lo advirtió Jenofonte, le pareció necesario
convocar cuanto antes una reunión pública, sin dejar que los soldados se
reuniesen espontáneamente, y ordenó al heraldo que la convocase. Ellos al oír
al heraldo, acudieron corriendo con gran diligencia. Entonces Jenofonte, sin
acusar a los generales de haber ido a buscarle, habló de esta manera:
— Oigo, soldados, que me
acusan de querer conduciros al Fasis con engaños. Oídme, pues, por los dioses,
y si aparezco culpable no debo salir de aquí sin el condigno castigo. Pero si,
por el contrario, resultan culpables los que me calumnian, debéis tratarlos
como se merecen. Vosotros —continuó diciendo— sabéis ciertamente por dónde se levanta el sol y por
dónde se oculta, y que si uno ha de ir a Grecia tiene que marchar hacia
Occidente; pero si se quiere llegar a los países bárbaros es preciso dirigirse
en sentido contrario, al Oriente. ¿Cómo podría nadie engañaros hasta el punto
de haceros creer que el sol se levanta por donde se pone o se pone por donde se
levanta? Además, sabéis que el viento norte conduce fuera del Ponto, y, en
cambio, el sur conduce más adentro, hacia el Fasis. ¿Como es posible que
alguien os haga embarcar engañados cuando sopla el viento sur? Pero supongamos
que os hago subir a las naves cuando haya calma. Yo iré en un solo buque y
vosotros, por lo menos, en cien. ¿Cómo os forzaría a navegar conmigo contra
vuestra voluntad y os conduciría engañados? Pero supongamos también que con mis
engaños y embaucamientos os hago llegar al Fasis y que desembarcamos en aquel
país: ciertamente os daréis cuenta de que no estáis en Grecia. Y yo, el
engañador, seré uno solo, mientras vosotros, los engañados, seréis cerca de
diez mil provistos de armas. ¿Cómo un hombre que tales cosas imaginase para sí
mismo y para vosotros dejaría de ser castigado?
Pero éstas son conversaciones de hombres de poco seso
envidiosos de mí porque soy honrado por vosotros. Y ciertamente no tienen razón
en envidiarse. ¿A quién de ellos le impido yo hablar, si tiene algo bueno que
deciros; combatir, si alguno quiere combatir por vosotros o por él mismo, o
velar atento por vuestra salvación? ¿En qué me opongo yo a los jefes que
vosotros queráis elegir? Estoy pronto a ceder el mando, que otro se lo tome,
solamente veamos si os reporta algún beneficio.

Pero ya he dicho lo bastante sobre esto. Si alguno se cree
engañado o piensa que otros lo han sido, que hable y lo muestre. Cuando ya
consideréis suficientemente tratado este asunto, no os separéis antes de que os
hable de una cosa que veo comenzar en el ejército. Si este mal se extiende y
llega adonde parece ha de llegar, tiempo es que deliberemos sobre nosotros
mismos, a fin de que no aparezcamos como los peores y los más cobardes de los hombres
ante los dioses y ante los humanos, ante los amigos y ante los enemigos.
Al oír esto los soldados se maravillaron de qué podría ser y
le excitaron a que hablase. El entonces prosiguió de nuevo:
— Ya sabéis que había en las
montañas algunas aldeas de los bárbaros que eran amigos de los cerasuntios. De
ellas bajaban algunos habitantes y nos vendían víctimas y de lo demás que
tenían. Me parece también que algunos de vosotros fueron a la más próxima de
estas aldeas y después de hacer sus compras se volvieron. El capitán Cleáreto,
sabedor de que esta aldea era pequeña y mal guardada por creerse amiga, marchó
contra ellos por la noche con la intención de saquearla, sin decir nada a
ninguno de nosotros. Tenía intención, si se apoderaba de la aldea, de no volver
al ejército, de embarcarse a bordo de un buque en el cual sus compañeros de
tienda recorrían la costa y, cargando en él todo cuanto cupiese, salir del
Ponto. Sus compañeros del buque convinieron en ello, según acabo de saber.
Llamando, pues, a todos los que pudo seducir, los llevó contra la aldea. Pero,
habiéndole sorprendido el día en el camino, las gentes del lugar se reunieron y
colocándose en posiciones elevadas, los atacaron con proyectiles y de cerca,
matando a Cleáreto y a muchos de los otros. Algunos de ellos se refugiaron en
Cerasunte. Esto ocurría el mismo día en que partíamos a pie para llegar aquí.
De los que debían seguir por mar quedaban aún algunos en Cerasunte, que no
habían levado anclas.
Después de esto, según dicen los cerasuntios, llegaron de la
aldea tres hombres de los más ancianos con deseo de presentarse a nuestra
asamblea. Y como no nos encontraron, dijeron a los cerasuntios que les
maravillaba por qué habíamos tenido la idea de atacarles. Pero al decirles los
cerasuntios, según han dicho, que el ataque no había sido acordado por el
ejército, ellos se alegraron, y pensaban venir aquí por mar para contarnos lo
ocurrido e invitarnos a recoger los muertos y enterrarlos. Algunos de los
griegos que habían huido se encontraban aún en Cerasunte, y, sabiendo adónde
iban los bárbaros, se atrevieron a atacarlos con piedras y excitaron a otros a
que hicieran lo mismo. Y murieron lapidados los tres hombres, los tres
embajadores.
Ocurrido esto, los cerasuntios vienen a nosotros y nos
cuentan el suceso, y nosotros los generales, al oírlo, nos dolimos del hecho y
tratamos con los cerasuntios sobre la manera de dar sepultura a los cadáveres
de los griegos. Estábamos, pues, sentados fuera del campamento cuando de
repente oímos un gran tumulto: ¡Pega!, ¡pega! ¡Tira!, ¡tira!y en seguida vimos
muchos hombres que venían corriendo con piedras en las manos y otros que las
recogían. Los cerasuntios, que habían visto lo ocurrido en su ciudad, huyeron
espantados hacia las naves. Y hasta, ¡por Zeus!, algunos de nosotros sintieron
miedo. Yo entonces, me salí al encuentro de los alborotadores y pregunté qué
pasaba. Algunos no lo sabían, pero, sin embargo, llevaban piedras en las manos.
Pero, por fin, tropecé con uno enterado, y éste me dijo que los agoránomos (magistrados
a cargo de los mercados), se conducían mal con ellos. En esto, alguien vio al
agoránomo Zelarco, retirándose hacia el mar y lanzó un grito, y los demás, como
si hubiese aparecido un jabalí o un ciervo, se lanzaron sobre Zelarco. Los
cerasuntios, al verlos hacia donde ellos estaban, creyendo indudable que iba
contra ellos, echaron a correr y se arrojaron al mar. Con ellos se arrojaron
también algunos de los nuestros, y se ahogaron todos los que no sabían nadar.
¿Qué os parece de ellos? No nos habían hecho daño, pero temían se hubiese
apoderado de nosotros una especie de rabia como la de los perros.

Si esto sigue ocurriendo, considerad cuál será la situación
del ejército. Vosotros todos reunidos no seréis dueños ni de hacer la guerra a
quien queráis o de ponerle término, sino que cualquiera podrá a su capricho
llevar al ejército donde se le antoje. Y si viniesen a nosotros embajadores
para pedirnos la paz o para cualquier otro asunto, los matará sin dejaros
escuchar las razones de los que han venido a tratar con vosotros. Además,
aquellos que vosotros todos habéis elegido por jefes no tendrán autoridad
alguna. El primero a quien se le ocurra clegirse general y gritar: ¡Pega!,
¡pega! podrá matar a cualquier jefe o a cualquier simple soldado de entre
vosotros, sin sujetarse a proceso, con tal que encuentre quienes le sigan, como
ahora ha ocurrido. Considerad lo que os han hecho estos que se han elegido
generales a sí mismos. Zelarco, el agoránomo, si es que os ha hecho algún daño,
se va por mar sin ser castigado; si es inocente, huye del ejército temiendo se
le mate injustamente y sin juzgarle. Y los que han lapidado a los embajadores
han hecho que sólo vosotros entre todos los griegos, no podáis ir seguros a
Cerasunte como no sea por la fuerza. Los muertos, que antes quienes los mataron
nos invitaban a enterrar, no hay seguridad para recogerlos ni aun con un
heraldo. ¿Quién querrá ir como heraldo después de haber dado muerte a otros
heraldos? Pero nosotros hemos suplicado a los cerasuntios que los entierren. Si
esto está bien, declaradlo, a fin de que, para prevenirse, cada uno se ponga en
guardia y procure acampar en lugares fuertes y elevados. Pero si os parece que
tales cosas son propias de fieras y no de hombres, ved la manera de ponerles un
término. De otra suerte, ¡por Zeus!, ¿cómo podrán ser nuestros sacrificios
gratos a los dioses si hacemos obras impías? ¿Cómo lucharemos contra nuestros
enemigos si nos matamos los unos a los otros? ¿Qué ciudad nos recibirá como
amigos si ve en nosotros tal indisciplina? ¿Quién osará traernos víveres si se
nos ve cometer tales faltas en las cosas más graves? Las alabanzas de que nos
creemos merecedores, ¿quien podrá dárnoslas si nos conducimos de esta forma?
Estoy seguro que nosotros mismos calificaríamos de malvados a los que hicieran
tales cosas.
Entonces se levantaron todos diciendo que debían ser
castigados los que habían iniciado tales sucesos y que, en adelante, no debían
permitirse semejantes desórdenes, y si alguien intentaba hacerlo se le diese
muerte; que los generales instruyesen proceso a todos, examinando cuantas
faltas se podían haber cometido desde la muerte de Ciro: nombraron por jueces a
los capitanes. A propuesta de Jenofonte, apoyado por el consejo de los
adivinos, decidióse purificar el ejército. Y se hizo la purificación."
fUENTE: extracto de Anábasis — Expedición de los Diez Mil
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