“sIN CITY HA PERTENECIDO A LA FAMILIA ROARK DESDE LOS TIEMPOS DE LAS DILIGENCIAS Y LOS REVÓLVERES DE SEIS TIROS. CON EL TIEMPO, SUS MILLONES SE HAN CONVERTIDO EN MILES DE MILLONES. SON ALGO ASÍ COMO NUESTRA FAMILIA REAL.”

Pero dos veces al año quizá, el cielo del desierto tose y escupe un torrente frío que convierte las calles en espejos y te hiela hasta la médula.
La mayoría de gente odia este tipo de lluvia, pero a mi me encanta, me ayuda a pensar.
No soy muy listo, pero me siento mucho más listo cuando todo se vuelve resbaladizo y todos huyen de las calles y se apartan de mi camino.
Me encanta la lluvia. Me encanta el surco helado por el que se desliza en mi nuca, la estática del aire. Todo parece tan claro…
Aspiras y tus fosas nasales se dilatan.
Así que lo hago. Aspiro y dejo que mis pies me lleven donde ellos quieran.
Y pienso.
Mis ojos siguen vigilando por si aparece un coche patrulla o un policía de ronda, pero mi mente se repliega sobre si misma, cada vez más adentro, mirando una vez más las piezas del rompecabezas, intentando encontrar dos que encajen , buscando una pista de todo el dibujo.
Pero sobre todo, vuelvo al policía que maté y a lo que me dijo.
Era duro y yo echaba chispas por lo que le hizo a Lucille, así que me tomé mi tiempo con aquel hijo de puta. Sólo me dijo lo que me dijo, cuando le enseñé todos aquellos pedazos de su cuerpo. Y de repente empezó a reír al ver la cara que ponía, y se murió, sabiendo que habría preferido que mantuviera la boca cerrada.
Sólo fue un nombre, pero desde entonces no he dejado de temblar.
Y que conste que no tiemblo por la lluvia.
Sólo un nombre. Cuándo lo soltó el cura, pensé que me estaba tomando el pelo. Pero, al oírselo al poli, supe que no era ninguna coincidencia.
Sólo un nombre.
Roark.
Todo mi ser quiere abandonar, meterse en la parte trasera de un camión o el maletero y largarse de la ciudad. Quiero correr, correr como un loco, meterme en una cueva dónde sea y olvidarme de Goldie, y de Lucille, y del silencioso Kevin.
Roark. Maldita sea.
Puedo darme por muerto.
Y me quedo. No porque sea un héroe. A los héroes no les tiemblan las rodillas, ni tienen ganas de huir o de acurrucarse y llorar como un niño.
Y aunque mi vida no sea más que un infinito gris de borracheras y camorras, como lo era antes, tengo más miedo de morir del que tengo de vivir.
No, no soy un héroe. Ni de lejos, sólo que no olvidaría fácilmente a Goldie. Allí donde fuera, olería su olor de ángel, vería su boca y sus ojos, y su cuerpo tan perfecto. La oiría y la saborearía, y sabría que fui yo, sólo yo, el que pudo hacer lo que tenía que hacerse.
Tenías miedo, ¿verdad, Goldie?, alguien quería matarte y tu lo sabías. Así que tú fuiste por los bares, por los tugurios, buscando al tipo más grande y más duro posible. Y me encontraste a mí.
Buscabas protección, y la pagaste con tu cuerpo y con mucho más…
Con tu amor, con tu pasión, haciéndome sentir como un rey, como un maldito caballero blanco.
Como un héroe.
¡Qué risa!
Querías que te salvara. Pero cuando llegó ese bastardo para matarte, yo estaba borracho como una cuba.
Fuera de combate.
Inútil.
Te lo debo, Goldie. Te lo debo y pienso pagártelo. Ir a por Roark, ganes o pierdas, significa la muerte. ¡Mierda, morir no importará! Si sé que he hecho lo que tenía que hacer, moriré riendo.
Pero, antes tengo que saber el motivo, la conexión entre Roark y tú, y el caníbal que te mató.
Entonces, sabré exactamente lo que tengo que hacer. Y a quién hacérselo.
“San Patrick, San Patricio” lo llaman. Pero sólo es un apodo. El Papa aún no lo ha canonizado oficialmente, todavía no.
Sin City ha pertenecido a la familia Roark desde los tiempos de las diligencias y los revólveres de seis tiros. Con el tiempo, sus millones se han convertido en miles de millones. Son algo así como nuestra familia real.
Esta generación en concreto, ha producido a un senador de los Estados Unidos, a un fiscal general del estado…y a Patrick Henry Roark.
El cardenal Roark.
En el colegio, las monjas no paraban de hablar de él. Hombre de fé, héroe de guerra en el cuerpo médico, filántropo, pedagogo. Pudo ser presidente, pero prefirió servir a Dios.
Y ha terminado siendo el hombre más poderoso del estado. Ha derribado alcaldes y elegido gobernadores.
Y ahora voy a matarlo en nombre de una puta muerta.
Me gusta la idea.
Y cuanto más lo pienso, más me gusta.
Entonces, la idea me golpea como una patada en los cojones: ¿y si estoy equivocado?
Soy un enfermo. A veces me siento confuso. Y con Lucille muerta, no puedo conseguir mi medicina.
¿Y si me lo imagino todo, como me imaginé que Goldie me atacaba cuando ya estaba muerta?
¿Y si todo son imaginaciones mías? ¿Desde la sonrisa de Goldie a la acusación del poli contra Roark? ¿Y si por fin me he convertido en aquello que siempre me han dicho que estaba a punto de convertirme…en un maníaco homicida, en un asesino demente?
Cuando me dirijo a la parte vieja de la ciudad, la lluvia ha dejado de caer y las calles han vuelto a la vida.
La mercancía se exhibe aunque haga frío. Muy pronto acudirán desde furgonetas a limusinas, y el negocio irá viento en popa.
Es por culpa de este barrio que nadie llama a esta ciudad “Basin City” como pone en los mapas.
Todo fue cosa del bisabuelo de San Patrick. Por entonces era una ciudad de buscadores de oro a punto de convertirse en una ciudad fantasma.
El viejo Roark tuvo una idea.
Se gastó hasta el último de sus dólares de plata en importar fulanas de Francia y sitios así.
Las noticias corrieron y muy pronto, Sin City fue la ciudad de moda en todo El Oeste. La gente venía desde muchas millas de distancia.
Siguen haciéndolo, y es fácil ver por qué. El barrio viejo sigue su tradición, pasando de preciosas madres a hijas preciosas.
Pierdo toda una hora preguntando por Goldie. No obtengo ninguna respuesta, pero se que me acerco. Lucille dijo que Goldie era una fulana. Y si lo era, aquí tenía sus raíces, sus amigos.
Quizá hasta su familia.
tEXTO: el texto es una transcripción extraída de la colección Frank Miller’s Sin City, ‘El duro adiós’. La fOTOGRAFÍA pertenece a esta misma colección.
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