Lo que a uno alumbra a otros les produce penumbra

quí todas las cosas se desvanecen con el entusiasmo con que uno las emprende. Como el fósforo que se enciende, consume y apaga in situ, ni siquiera se detiene uno a determinar la naturaleza de esas personas que tienes delante durante horas enteras, y que pestañean, que gesticulan con garbo, que nos conquistan y que cuando le perdemos la atención, nos reconquistan.
Y el aire acondicionado, en su variable de grados pretende simular una brisa del norte y el jaloque del Sáhara, también sin muchas posibilidades de conseguirlo, sin expectativas de éxito.
Agitadas mañanas de estrés, con una mano a la que de vez en cuando le da por ponerse a temblar, y no sabe dónde asirse, busca afanosamente en todas las direcciones y encuentra cobijo entre las hendiduras de un teclado, allí agarrado permanece como un escalador atrapado entre la cima de la montaña y el oscuro y atrayente vacío que lo llama por su nombre, lleno de agobio e incertidumbre. Y el corazón loco parece querer salirse por la boca derrumbándolo todo a su paso, como un elefante en una chatarrería no atiende a razón alguna, ni siquiera la inspiración profunda y la expiración posterior a la que es sometido parecen aliviarlo. Por eso fue abandonado el café y nos convenimos ahora bien con el té rojo y una gotita de leche.
Y cuantos nos engordan y cuantos nos quieren ver en los huesos; y no todo el que aparenta termina siendo alter ego como suponíamos. Nos saludan gentes que menos esperamos con una sonrisa en los labios, son estos los llamados humanistas que se guarecen bajo cualquier apariencia y lo mismo dignifican la labor de una hormiga que menosprecian el error de un estadista. Que pequeños somos y que grandes nos sentimos, arrullados por nuestro canto único, melodía que conocemos de sobra, y así suena, nos lanzamos a la lucha sin saber que el enemigo se cobija agazapado en lo hondo de nosotros mismos, y es allí donde se origina la verdadera guerra civil entre dos caras de una única moneda.
Nuestros olvidos de otros tiempos vuelven a depositarse sobre los asientos de ahora, nuestros pocos objetos de valor que portamos se ven envueltos por una fina tela de araña.
Observo con gratitud y alivio que mi anillo de cinco hendiduras sigue conmigo y no me ha abandonado, pudo hacerlo en su tiempo como tantas otras cosas, pero él no lo ha hecho, en parte porque yo le he pedido que no lo haga; prófugo de mi significaría muerte asegurada. Y así luce ahora en la mesa, en memoria de los que ya no están, que dejaron una muesca en el alma, como hacen aquellos jóvenes enamorados en las cortezas de los árboles, que luego, con el paso del tiempo, sanan.

tEXTO ;d

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