Die walküre

erdido todo contacto con mi acorde cromático, aquel entrañable juego de miradas, aquel revolotear de mariposas en el estómago, aquellas horas superfluas de ensoñación, aquel trozo de pan mordisqueado, el té, el café y dos vasos de agua, esos ojos que contrarestaban mi mirada y la devolvían de nuevo a mí…

Había vuelto a la idiosincrasia de los días al sol, a remar en un mar de dudas, a chapotear por mi vida sin causa alguna, como si una vida por el hecho de nacer mereciese ser ya vivida, sin metas, sin puestas de sol, sin horizontes, sin esperanza.
A lo lejos se oyen las cornetas, a lo lejos se divisan las nieblas y los haces de luz de los faros, algarabías de voces fantasmas llegan hasta mí como risa de hiena antes de devorar a su presa, como plegarias a un dios aterrador.
Todo llega como un perfume, como si llegara y ya no quisiera desprenderse de uno, nunca más.
Y bajo la superficie se ven pasar los enormes bancos de peces al reflejo de la Luna. Hay delfines y orcas asesinas, grandes tortugas marinas, medusas, peces voladores, que se yo…¿no soy también yo una tortuga que ha de encontrar en su migrar algún que otro sentido a su vida?

Y de nuevo las olas hacen zozobrar mi barca, los aparejos de pesca y las tablas que hacen de esqueleto. Hoy soy un viejo conocido de mi mismo, me dejo llevar por las corrientes, llevo días y días sin comer, días y días sin beber, días y días sin pegar ojo. Veo volar las gaviotas por todas partes, en lo alto sobre mí girando, sus picos afilados rondan mi carne, quieren picotearla hasta abrirla y dejar escapar el alma. Arriba veo las piruetas de Juan Gaviota, su vuelo acrobático entre destellos, su plumaje blanco, en caída libre. La Gran Gaviota trae en su pico un estilete, un impulso mortal hacia la libertad.

tEXTO: D

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