El último Waltz

Las moscas estaban reunidas detrás del cristal, en un baile rico en formas, se cruzaban, se perseguían haciendo cabriolas, oscilaban, se cuchicheaban las unas a las otras una información que desconozco.

Allí mirándome estaban, bailaban un Waltz, se contorneaban armoniosamente, y desde dentro yo leía y observaba su baile, me preguntaba el porque de esos pasos en el aire, que se coordinaban de manera tan sincrónica.
Me interesaba saber si esos movimientos sistemáticos me servirían a mi de algo, por ejemplo, intentaba imitar su baile con el puntero del ratón sobre la pantalla, pero nada sucedía, la luz de la bombilla al final del cable no acababa de encenderse.

Lo que sí es que esas moscas empezaban a exasperarme, su baile me apartaba de mi quehacer, me distraía, quise salir y fumigarlas para que su baile adquiriera un tinte melodramático, de esta forma, se conseguiría un bien para mí que el secreto de su baile no podía proporcionarme; es decir, un motivo con el cual empezar a escribir, una inspiración.

¿No les he dicho nunca el motivo por el que escribo? Porqué las palabras brotan desde dentro de uno y fluyen como un riachuelo montaña abajo, en su caída perfilando la roca, arrastrando estratos y sedimentos en su gorgoteo.
Parece aburrida la tarea cuando eres ajeno a todo ello y ves un sinfín de caracteres uno detrás de otro allí alineados, y echas un vistazo y te ves esa maraña de letras que parecen no decir nada, como moscas atrapadas en un ungüento pegajoso esperando la muerte, que tardará unos instantes en llegar pero que siempre termina por llegar, quizás cuando mejor nos encontramos. Para ellas he escrito algunas letras, a estas incomodas invitadas que invaden mi habitación con su baile, moscas de ciudad; y no sé cuales son peores, si las de ciudad o las de pueblo, en cualquier caso he causado estragos en ambos bandos.

Apareció en lo hondo de mi mente la imagen fugaz de una muchacha pelirroja, vino a mí en esta hora en la que las moscas bailaban su último Waltz, cruzando como un rayo por delante de mí, casi no tuve tiempo de atraparla con mi cazamariposas metafórico, pero al fin estaba ahí, y su rostro angelical me sonreía, mi valquiria particular, la que llegó cuando todo se decidía en mi contra, y me sujeto la mano mientras todo a mi alrededor era caos; y a mi pesar todo debe continuar como hasta ahora, en un secretito bien guardado, pues a quien yo más quiero, a esa debo tenderle puentes de oro.

Cerré con cuidado la hoja de la ventana, algunas de las danzarinas quedaron atrapadas, era hora de escribir las últimas líneas, era la hora de danzar por última vez.

TEXTO \ FOTOGRAFÍA: D

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